Por Bruno Cortés Ciudad de México, 6 de diciembre de 2025.
La celebración del séptimo aniversario de la llegada al poder de la llamada Cuarta Transformación convirtió nuevamente al primer cuadro de la Ciudad de México en un termómetro de capacidad operativa. Ante una multitud que las cifras oficiales de Protección Civil estimaron en un lleno total, la presidenta encabezó un acto que, más allá del discurso festivo, revalidó el control territorial del oficialismo sobre la plaza pública más importante del país, replicando esquemas de movilización que evocan las épocas de hegemonía partidista del siglo pasado.
Desde las primeras horas del día, la geografía del Centro Histórico se vio modificada no solo por los simpatizantes de a pie, sino por la presencia de cientos de autobuses estacionados en arterias vitales como Calzada de Tlalpan, Fray Servando y Eje Central. A diferencia de las concentraciones orgánicas que marcaron el triunfo de la oposición en el año 2000 o las protestas ciudadanas de la última década, la jornada de hoy evidenció una estructura de «movilización aceitada»: contingentes uniformados, pase de lista por secciones sindicales y alcaldías, y una organización logística que garantiza el aforo máximo de los 46,800 metros cuadrados de la plancha de concreto.
Si bien el lopezobradorismo y su continuidad bajo la actual administración han logrado llenar este espacio en más de una quincena de ocasiones como gobierno, la repetición del ritual ha normalizado la ocupación del espacio público como una extensión del aparato estatal. Analistas y observadores coinciden en que el Zócalo ha dejado de ser el ágora de la disputa política para convertirse en un escenario de validación interna. La cifra de asistentes, que oscila entre los 180,000 en la plancha y los 350,000 sumando calles aledañas, se mantiene constante, sugiriendo que el techo de convocatoria depende más de la capacidad de traslado que de la coyuntura social.
El evento contrastó con la historia reciente de la plaza. Mientras que en la era priista (1929-2000) el lleno era un mandato corporativo ineludible cada 1 de mayo y 1 de septiembre, y durante el panismo (2000-2012) la plaza se volvió un terreno hostil e inalcanzable para el Ejecutivo tras el 2006, la administración actual ha sistematizado el «baño de pueblo» como herramienta de gobernabilidad. Sin embargo, la presencia visible de estructuras gubernamentales coordinando el acceso resta espontaneidad a la celebración, planteando interrogantes sobre la distinción entre el apoyo popular genuino y la disciplina partidista financiada con recursos públicos.
Al caer la noche, mientras los contingentes abordan los vehículos de retorno a sus estados de origen, el Zócalo quedara semivacío, dejando tras de sí toneladas de basura y la resonancia de un discurso que, a siete años de distancia, sigue necesitando de la plaza llena para legitimar su narrativa histórica frente a sus detractores.
