
Si creías que todo lo bueno en gastronomía está en la Roma, Condesa o Polanco, piénsalo dos veces. En la Ciudad de México hay una revolución silenciosa en marcha: restaurantes escondidos en colonias poco exploradas están ofreciendo experiencias gourmet que no tienen nada que envidiarle a los templos del fine dining.
Tomemos por ejemplo Yubanito, un pequeño local en la colonia Obrera que está reinterpretando la cocina oaxaqueña con técnicas de alta cocina. El chef es hijo de cocineras tradicionales, pero estudió en el extranjero. El resultado: memelas de escamoles con emulsión de hoja santa y mole madre de 300 días.
En Santa María la Ribera, entre antiguas casonas y talleres mecánicos, florece La Ruta del Pan, una pastelería que solo abre de viernes a domingo. Sus éclairs de café con sal de mar o sus rollos de cardamomo han generado filas de fanáticos. La repostera, Carla Orozco, trabajó años en Europa antes de volver a abrir un negocio de barrio.
También está Kuzina, en la Industrial, un restaurante griego auténtico dirigido por una familia que migró desde Salónica. Aquí no hay fusiones ni reinterpretaciones: solo comida casera con ingredientes de calidad, servida con cariño y vino retsina. El gyros de cordero es para llorar de felicidad.
Lo que tienen en común todos estos lugares no es sólo su ubicación discreta, sino una filosofía de cocina honesta y personal, muchas veces más enfocada en el sabor y la identidad que en las apariencias. Algunos apenas tienen redes sociales, pero eso no impide que el boca a boca y los foodies digitales los descubran.
Parte del atractivo está en el contraste: encontrar un plato digno de portada de revista en medio de una zona donde nadie lo esperaría. Comer cocina turca en Azcapotzalco, sushi con técnica kaiseki en Lindavista, o ramen casero en la Portales ya no es una rareza; es parte del nuevo mapa gastronómico chilango.
El auge de estas joyas ocultas también responde a un deseo del comensal por salirse de lo obvio. Ya no basta con ir al lugar de moda: ahora la experiencia empieza con la búsqueda. Y cuando encuentras ese rincón donde el chef te saluda por tu nombre y la comida te hace cerrar los ojos, sabes que valió la pena.
Muchos de estos lugares trabajan con menús pequeños, ingredientes locales y horarios limitados. Eso sí, cada platillo lleva implícita una historia, una raíz, una intención. Son cocinas que no solo alimentan, también emocionan.
Así que la próxima vez que pienses en “salir a comer algo rico”, anímate a explorar fuera del circuito habitual. Porque en esta ciudad, a veces los mejores sabores están justo donde menos los esperas.