Entre Artesanos y Policías: ¿Orden o Represión en Querétaro?

La Plaza de Armas de Querétaro fue, en días recientes, escenario de una intensa disputa: por un lado, los artesanos indígenas que buscan dignidad y trabajo; por el otro, un operativo del gobierno municipal con el objetivo de “ordenar” el Centro Histórico. El operativo, encabezado por el alcalde panista Felipe Fernando Macías, dejó en evidencia una vieja pregunta: ¿para quién es realmente el “bien común” en estas decisiones de gobierno?

Este desalojo de los artesanos no fue cualquier operativo, sino uno que demostró la disparidad en cómo se aplican las reglas y a quién terminan afectando. ¿No se podría haber hecho de otra manera? ¿Realmente había que acudir al desalojo con decenas de policías y perros para dispersar a un grupo de trabajadores que, como cualquiera, solo quieren ganarse la vida?

Prohibir el Ambulantaje o Perseguir a los Vulnerables

El operativo, denominado «Centro Histórico», busca eliminar el comercio ambulante en esta zona histórica de la ciudad. La justificación es la misma de siempre: “orden y desarrollo”. Pero uno se pregunta, ¿por qué cuando se trata de proyectos de modernización, los primeros sacrificados son siempre los que menos tienen? ¿Acaso las artesanías, hechas a mano y con historia, afectan la “imagen” de la ciudad? O tal vez es que a algunos les resulta incómodo ver el rostro de las comunidades indígenas en plena zona turística. El derecho a un espacio de trabajo digno y a un trato respetuoso parece haber quedado en segundo plano.

Represión y “Bien Común”

El desalojo se llevó a cabo con una fuerza inusitada: más de cien policías, detenciones arbitrarias, y hasta el uso de perros. Las imágenes y videos que circularon en redes sociales muestran escenas que ponen la piel de gallina, y que invitan a preguntarse si la “tranquilidad” de Querétaro se está logrando a un costo demasiado alto. ¿Es que no había otra opción que la represión para mantener el “bien común”?

El argumento de las autoridades se sostiene sobre la necesidad de “controlar” el uso de los espacios públicos. Sin embargo, el reclamo de los artesanos es sencillo: piden un lugar donde puedan ofrecer su trabajo sin ser tratados como criminales. No están buscando privilegios, solo respeto y una oportunidad de trabajar de manera digna. Y si el bien común es la justificación, ¿quién decide a quién beneficia y a quién perjudica?

Reacciones y Silencios Cómplices

Las reacciones sociales no se hicieron esperar. En redes, en medios y en las calles se ha cuestionado la legitimidad de este desalojo. Líderes sociales y algunos políticos han alzado la voz en favor de los artesanos, pidiendo que se respete su derecho a trabajar sin violencia. Sin embargo, el silencio de otros sectores políticos hace eco de una triste realidad: la comodidad de algunos se sostiene en el sacrificio de otros, y mientras haya menos voces cuestionando, más fácil es justificar las acciones.

Este tipo de operativos genera una división: por un lado, quienes defienden el supuesto derecho a una ciudad “limpia” y “ordenada”; por otro, quienes consideran que el progreso también debería incluir a las comunidades indígenas. Esta controversia sobre los espacios y los derechos en Querétaro es un reflejo de algo más profundo: la necesidad de repensar el modelo de desarrollo en México, uno que no busque “modernizar” a costa de su propia diversidad cultural.

¿Una Historia Repetida?

Los artesanos indígenas no solo enfrentan la represión física, sino la carga simbólica de ser considerados una “molestia” en el paisaje urbano. Se trata de trabajadores cuyo oficio está lleno de identidad y valor cultural, pero que parecen no caber en esta idea de una ciudad “moderna”. La historia de Querétaro es la misma que se ha repetido en otros puntos del país: cada vez que alguien quiere “limpiar” una plaza pública, el hilo se rompe del lado de quienes menos tienen.

Es tiempo de que la discusión deje de ser una pelea entre “orden” y “ambulantaje”, y que se comience a hablar de verdaderas políticas de inclusión. El país no puede seguir construyéndose sobre el desalojo y el desplazamiento de sus raíces, de su cultura y de su gente.

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