
Bajo el sol incandescente de Campeche, donde el aire cargado de humedad se mezcla con el olor a tierra húmeda y pasto recién cortado, el Gobierno de México presentó un ambicioso Plan de Autosuficiencia Lechera. La promesa: transformar la geografía económica del sureste con una inversión de 140 millones de pesos en una planta pasteurizadora que producirá 100 mil litros diarios. El proyecto, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, busca no solo abastecer a Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Tabasco, sino también reducir la dependencia de importaciones, hoy equivalente a 2 mil millones de litros anuales.
La ceremonia, celebrada en un terreno donado por el gobierno estatal, tuvo el eco de máquinas excavadoras y el murmullo de productores locales, cuyas botas embarradas contaban historias de décadas de lucha. Julio Berdegué, titular de Agricultura, destacó que el 90% de los ganaderos en Campeche son pequeños y medianos: “Trabajando con ellos, desde abajo, se riega la economía”, afirmó, mientras el sudor perlaba su frente bajo un sombrero de palma. La meta es duplicar la producción estatal y alcanzar 15 mil millones de litros nacionales para 2030.
Entre los compromisos anunciados resalta un precio de garantía de 11.50 pesos por litro en 2025, una cifra que brilla como el sol campechano frente a los vaivenes del mercado internacional. A esto se suma la ampliación de Escuelas de Campo —de 125 a 250—, donde técnicos enseñarán a optimizar pastizales y genética bovina. “No es caridad, es justicia”, ironizó un productor entre el público, recordando épocas donde el litro se pagaba a precios que “no alcanzaban ni para el alimento del ganado”.
El programa Cosechando Soberanía, con créditos al 8.5% de interés, y la distribución de fertilizantes gratuitos —ahora un derecho constitucional— completan el paquete. Antonio Talamantes, director de Leche para el Bienestar, subrayó que el objetivo es llegar a 10 millones de beneficiarios en 2024, priorizando niños y adultos mayores. “Cada vaso de leche es un acto de resistencia contra la desnutrición”, dijo, mientras repartía muestras en vasos de cartón que dejaban un rastro dulce en los labios de los asistentes.
La gobernadora Layda Sansores, con su estilo desenfadado, celebró la donación privada de 100 millones de pesos para mejorar pastoreos: “Campeche ya no será el pariente pobre que mendiga lácteos; seremos la despensa”, bromeó, arrancando risas entre un mar de sombreros y playeras sudadas. Iván Barragán, productor de Champotón, agradeció el precio récord por su leche: “Antes vendíamos a ciegas; hoy sabemos que nuestro esfuerzo vale”, confesó, con las manos callosas apretando un documento de compra.
Aunque el fantasma de proyectos fallidos ronda la memoria colectiva —como aquel plan de los 80 que quedó en escombros—, la promesa de inaugurar la planta en diciembre de 2025 parece más tangible. Las paredes de concreto ya se levantan junto a silos relucientes, mientras tractores pintados con los colores de la bandera mexicana trazan surcos de esperanza.
Criticado por algunos como un “parche populista”, el plan ha encontrado eco en cifras: México produce el 85% de la leche que consume, pero importa el resto de EE.UU. y Nueva Zelanda. “La soberanía no se negocia”, sentenció Berdegué, mientras moscas zumbaban alrededor de un vaso de leche fresca dejado al rayo del mediodía.
Al caer la tarde, el olor a tierra mojada se mezcló con el aroma de tamales repartidos a los asistentes. Entre bocados, se habló de empleos, precios justos y un futuro donde el sureste ya no dependa de leche en polvo extranjera. El reto es enorme, pero como dijo un anciano ganadero: “Hasta el árbol más torcido da sombra si lo riegan bien”. La semilla está plantada.