
Lo que debía ser un fin de semana de celebración cultural terminó en tragedia. Dos fotoperiodistas perdieron la vida el pasado 30 de abril durante la instalación del festival Axe Ceremonia 2025 en el Parque Bicentenario, cuando una estructura decorativa colapsó y les cayó encima. La respuesta institucional fue lenta, la reacción empresarial fue tibia y la cobertura mediática fue, en algunos casos, casi inexistente.
Lo más indignante no es solo el accidente, sino lo que revela: los fotoperiodistas, esos ojos invisibles que retratan la vida para otros, trabajan muchas veces sin contrato, sin seguro, sin respaldo, y sin que nadie les garantice volver a casa al final del día.
Los fallecidos —ambos jóvenes freelancers contratados para cubrir el evento para agencias independientes— no contaban con equipo de seguridad, chalecos ni protección civil mínima. Tampoco estaban dados de alta en el IMSS ni contaban con pólizas de riesgo, a pesar de estar realizando tareas en un entorno industrial, de alto riesgo.
Es una realidad que comparten miles de fotoperiodistas en México. Cobran por evento, no por mes. No tienen aguinaldo ni vacaciones. La mayoría paga de su bolsillo la cámara, el lente, la computadora y hasta el transporte. Y si algo sale mal —como esta vez—, no hay una empresa que dé la cara por ellos.
En la rueda de prensa posterior, los organizadores del festival se deslindaron rápidamente, asegurando que los prestadores de servicios eran “externos” y que las condiciones de seguridad estaban bajo “revisión”. La alcaldía Miguel Hidalgo suspendió actividades en el Parque Bicentenario, pero las respuestas fueron burocráticas, no humanas.
Más aún, el evento continuó con normalidad tras el accidente. La música siguió sonando como si no hubiera pasado nada. Un par de tuits de “solidaridad” circularon en redes, pero la narrativa general evitó nombrar lo obvio: los muertos eran trabajadores, eran prensa, eran víctimas de un modelo que explota el talento visual mientras lo mantiene al margen.
En este país, cubrir un concierto, una protesta o una nota roja puede costarte la vida. Pero mientras los grandes medios llenan sus portales con imágenes tomadas por estos mismos freelancers, no les ofrecen ni un contrato justo ni prestaciones. Muchos medios contratan “por nota” o “por paquete”, sin importar los riesgos que el fotoperiodista enfrenta en campo.
La ausencia de regulación específica para trabajadores de la imagen, aunada al desinterés de muchas casas editoriales por su bienestar, ha convertido al fotoperiodismo en una de las profesiones más desprotegidas del gremio periodístico. No hay protocolos, ni seguros colectivos, ni cultura empresarial de cuidado.
Organizaciones de periodistas han exigido una investigación a fondo sobre el accidente, así como medidas concretas para proteger a los trabajadores de medios durante eventos masivos. Piden que la Ley Federal del Trabajo contemple un apartado específico para el trabajo periodístico visual, y que los festivales asuman responsabilidad legal por todos los profesionales que contratan.
La tragedia del Ceremonia 2025 no debería ser una anécdota más. Debería ser un parteaguas. Porque ninguna foto vale una vida, y ningún evento cultural debería justificar la muerte de quienes trabajan para contarlo.