
Mientras la costa de Tabasco despertaba empapada en chapopote, pelícanos morían empanizados en petróleo y los pescadores recogían más crudo que camarones, la secretaria de Energía, Luz Elena González, ofrecía una lectura orwelliana de la tragedia: “Vamos bien”, dijo sin pestañear. Con un tono más propio de un informe de marketing que de una rendición de cuentas ambiental, la frase se convirtió en el epitafio de la empatía gubernamental.
En Paraíso, el único paraíso es el irónico nombre del municipio. El derrame ocurrido en la refinería Olmeca —la joya energética del sexenio— contaminó más de 16 kilómetros de costa, arruinó la actividad de los ostioneros y mató manglares que tardarán décadas en recuperarse. Mientras tanto, los funcionarios posan entre discursos y simulacros de limpieza, como si recoger chapopote con escobas fuera suficiente.
Silencio de cuatro días: el crudo también mancha la transparencia
Pemex tardó cuatro días en reconocer el incidente. Cuatro. Durante ese tiempo, el crudo fluyó libremente hacia el Golfo como si nada. Lo que se contaminó no fue solo el agua o la arena, sino la credibilidad de una empresa que presume soberanía energética mientras derrama negligencia. La refinería, que costó casi tres veces más de lo prometido, no solo no produce lo suficiente; ahora produce también desastres.
El problema no es solo técnico: es profundamente ético. Cuando el Estado minimiza un desastre ecológico en aras de proteger la narrativa del éxito energético, la mentira contamina más que el petróleo. ¿Cómo puede ir “bien” un modelo que destruye los ecosistemas y condena a cientos de familias a la incertidumbre económica?
La fauna como daño colateral de la autosuficiencia
Los testimonios de pescadores revelan una verdad que no cabe en los comunicados de Pemex: el mar huele a petróleo y los peces están muertos. Uno de ellos, con voz resignada, dijo a la prensa: “El gobierno no ve lo que el mar nos dice”. El gobierno tampoco escucha. En vez de atender la emergencia con prontitud, priorizó el control de daños mediáticos sobre la contención del crudo.
El derrame afectó no sólo especies marinas, sino también las condiciones de vida de comunidades enteras. La playa El Mirador, punto clave del turismo local, tuvo que cerrar durante un fin de semana festivo. Eso sí, en las redes sociales oficiales se difundían imágenes de funcionarios con cascos limpios, sin una gota de chapopote, asegurando que todo estaba “bajo control”.
“Mantenimiento diferido”: eufemismo de negligencia institucional
El ducto que falló, según la propia presidenta Claudia Sheinbaum, tiene más de 50 años de antigüedad. El dato, lejos de aliviar, enerva: ¿cómo se sigue operando infraestructura obsoleta bajo un discurso de modernidad petrolera? La respuesta es simple: con la esperanza de que no truene mientras hay cámaras cerca. Y si truena, que no lo note la prensa… al menos no el primer día.
El diputado Erubiel Alonso fue de los pocos en poner el dedo en la llaga: denunció la falta de inversión real en mantenimiento y tecnología moderna. Y tiene razón. En lugar de prevenir desastres, Pemex parece apostarle a la ruleta rusa energética.
Dos Bocas: la refinería que no refina, pero sí derrama
Con una inversión de más de 21 mil millones de dólares, Dos Bocas fue presentada como símbolo de soberanía energética. En los hechos, apenas ha procesado 6,797 barriles por día. Pero su mayor producción hasta ahora ha sido de desilusiones, residuos tóxicos y silencios incómodos. Incluso el Instituto Mexicano del Petróleo advirtió hace más de una década que Paraíso no era sitio adecuado para una refinería. Nadie escuchó. Hoy, el mar habla por ellos.
¿Y el medio ambiente? Que espere turno
A la fecha, ni la Secretaría de Energía ni la Semarnat han emitido una postura firme sobre las consecuencias ambientales. Hay comisiones, sí. Y también discursos técnicos plagados de tecnicismos. Pero faltan acciones claras, responsables y, sobre todo, humanas. El mar no necesita tecnócratas: necesita respeto. Y los ciudadanos no necesitan promesas, sino respuestas.
Conclusión: entre el cinismo y el petróleo
“Vamos bien”, dijo Luz Elena González mientras el petróleo devoraba la costa. Es la frase que mejor resume la desconexión entre el poder y la realidad. Si eso es ir bien, tal vez deberíamos preguntarnos cuán peor se puede estar. La refinería Olmeca prometía ser el motor de la transformación energética. Hoy es símbolo de lo contrario: un proyecto que, en nombre del progreso, pisotea el presente.