En México, el Día de Muertos no solo es una fecha para recordar a quienes ya partieron: también es la temporada perfecta para reunirse en familia, prender velas, comer pan de muerto con chocolate caliente… y escuchar historias que ponen la piel chinita.
Si tus hijos, sobrinos o alumnos son de los que se niegan a dormir temprano, estas 5 leyendas mexicanas son ideales para compartir entre risas, asombro y un poco de miedo.
Desde Oaxaca hasta Chihuahua, pasando por el Yucatán, las siguientes historias forman parte del folclor más querido del país. Algunas nacieron hace siglos, pero siguen vivas en la voz de quienes las cuentan cada año.
- La Carroza Negra — Oaxaca de Juárez
Entre los callejones empedrados del Centro Histórico de Oaxaca, la gente aún recuerda el sonido del trote de seis caballos blancos y el chirriar de las ruedas de una carroza negra que aparecía todas las noches por el Callejón de la Soledad.
Dicen que Sor Griselda, una monja del convento de las Capuchinas, no creía en la historia. Una noche, decidió abrir las puertas para comprobarlo… y cuando el ruido pasó frente a ella, no vio nada, pero la mitad de su rostro quedó paralizado.
Tres días después, fue hallada muerta frente al panteón, con el cuerpo destrozado. Desde entonces, los vecinos evitan caminar solos por esa calle después de la medianoche.
- La Flor de Cempasúchil — el amor eterno de Xóchitl y Huitzilin
Esta historia explica por qué cada 2 de noviembre los altares se llenan de flores anaranjadas.
Hace mucho tiempo, dos jóvenes llamados Xóchitl y Huitzilin crecieron juntos y se juraron amor eterno. Cuando él fue llamado a la guerra, prometió regresar, aunque muriera.
Al enterarse de su muerte, Xóchitl pidió al dios Tonatiuh que los reuniera. El Sol, conmovido, la transformó en una flor dorada. Un día, un colibrí —el espíritu de Huitzilin— se posó sobre ella, y la flor se abrió para siempre.
Desde entonces, el cempasúchil guía a los muertos con su color y aroma hacia las ofrendas de sus seres queridos.
- El Uay Peek — el hombre que se convertía en bestia
En los pueblos mayas de Yucatán, cuentan la historia de don Juan Moo, un curandero querido por todos, capaz de transformarse en un enorme perro negro.
Aunque él usaba sus dones para ayudar, la gente comenzó a temerle y lo acusó de practicar magia negra. Una noche, soldados lo emboscaron, creyendo enfrentar al monstruo que atacaba ganado.
Dispararon sin piedad, pero la figura se desvaneció entre la niebla. Nunca más se supo de él.
En 2004, habitantes de Campeche y Mérida volvieron a escuchar aullidos similares. Algunos juraron ver a una “mujer loba” merodeando por los ranchos. Nadie logró atraparla.
- La Pascualita — el maniquí que parece estar vivo
En Chihuahua, dentro de la tienda “La Popular”, se exhibe desde 1930 un maniquí tan realista que muchos aseguran que no es de cera, sino un cuerpo embalsamado.
Conocida como La Pascualita, tiene pestañas, uñas, venas y hasta huellas dactilares. La leyenda dice que es el cuerpo de la hija de la dueña, quien murió por la picadura de un alacrán justo antes de casarse.
Su madre, incapaz de soportar la pérdida, mandó a conservar su cuerpo como maniquí.
Hoy, miles de turistas visitan a La Pascualita, y algunos empleados afirman que sus ojos se mueven por las noches o que cambia de postura.
- La Llorona — el lamento que aún se escucha
Quizás la más famosa de todas. Esta leyenda nació en la época colonial y cuenta la historia de una mujer que, tras ser abandonada por su amante, ahogó a sus hijos en un río en un arranque de locura.
Al darse cuenta de su error, se quitó la vida, y desde entonces su espíritu vaga entre canales y ríos gritando:
“¡Ay, mis hijos!”
Vecinos de Xochimilco, Querétaro y Puebla aseguran haberla escuchado en las madrugadas. Algunos dicen que si su lamento se oye lejos, está cerca… y si lo escuchas cerca, ya no hay tiempo para huir.
Historias que se cuentan al calor de una vela
Estas leyendas son parte del alma mexicana, transmitidas de generación en generación. Y aunque están pensadas para niños, lo cierto es que hasta los adultos sienten un escalofrío cuando se apagan las luces.
Así que ya sabes: prepara un chocolate caliente, apaga el celular y escucha cómo el viento parece susurrar los nombres de quienes aún quieren ser recordados.

