
Calakmul no estaba perdida en la selva: la selva estaba conquistada por Calakmul. Esta megaciudad maya no solo era una maravilla arquitectónica con más de seis mil estructuras repartidas como si fueran oxos de piedra, sino que también era un laboratorio político, astronómico y agrícola disfrazado de ciudad sagrada. Conocida por su glifo de la “Cabeza de Serpiente”, la dinastía Kaan le rendía tributo a Kukulkán, Chaac, K’awiil, Ixchel y otros dioses mayas que hacían el multitask divino: lluvia, fertilidad, rayos y poder real, todo junto.
Y si alguien pensaba que los mayas solo sabían tallar estelas y jugar pelota, se equivoca. Calakmul era una joya de ingeniería hidráulica. Diseñaron un sistema de presas, canales, terrazas y embalses que haría llorar de envidia a cualquier oficina de Conagua. Agua en temporada seca, cultivos constantes y hasta caminos elevados –sacbés– que llevaban a lugares tan lejanos como El Mirador, a 38 kilómetros. ¿Google Maps? Por favor, aquí ya se conectaban entre ciudades desde el año 600.
La Gran Plaza funcionaba como un reloj solar, pero sin pilas. Cada orientación de sus templos respondía al calendario agrícola y ceremonial. Y no por pura estética, sino porque sabían que si no alineabas bien tus fechas, Chaac no traía lluvia y la cosa se ponía tan seca como la política cultural actual. La ceiba, símbolo del árbol cósmico, estaba presente no solo en la selva, sino en su cosmogonía: un eje entre cielo, tierra e inframundo, tridente sagrado que organizaba su mundo y su poder.
¿Y cómo vivían estos genios de la piedra y la agricultura? A puro maíz, frijol y calabaza, claro. Pero no se quedaban ahí: yuca, zapote, papaya, chile, cacao, miel, pavos domesticados y venados cazados. Y sí, comían perro. También usaban el maíz como ofrenda en rituales, lo que demuestra que sabían que el maíz no solo llena el estómago, sino el alma. Gastronomía ancestral sin foodtrucks, pero con profundo sentido espiritual.
En su apogeo, Calakmul albergó hasta 60 mil habitantes. Rivalizó con Tikal en una telenovela política que incluyó traiciones, guerras, alianzas, matrimonios estratégicos y más drama que una sesión del Congreso. Su gobernante más destacado, Yuknoom el Grande, dejó huella como el CEO de esta megaciudad que supo combinar poder divino, arquitectura monumental y manejo del medio ambiente como pocos lo han hecho en la historia.
Y aunque fue abandonada tras el colapso del periodo Clásico, Calakmul sigue ahí, entre raíces y lianas, recordándonos que hubo un tiempo en que los mayas no solo miraban a las estrellas, sino que usaban su ciencia para sobrevivir con dignidad. Hoy es patrimonio de la humanidad, un museo sin techo y un espejo que muestra que sin agua y visión, ningún imperio aguanta.