
Por Bruno Cortés
¿Censura o simulacro? La enésima batalla entre Aristegui y Televisa
Cuando un ejecutivo de Televisa y columnista de El Universal dice que fue callado en un programa de Carmen Aristegui, las alarmas se prenden… aunque no necesariamente por razones periodísticas. Javier Tejado denunció en redes que fue invitado al programa de Aristegui pero, oh sorpresa, no le dejaron hablar. Asegura que lo echaron del estudio «con malos modos», que hay videos y testigos, pero—como los buenos reportajes que no pasan el fact-check—nada de eso ha sido publicado.
La acusación parece escrita más por un guionista de telenovelas que por un defensor de la libertad de expresión. Y aunque suena grave, también es difícil no ver el déjà vu: Televisa y Aristegui llevan años en guerra. Lo nuevo es solo el episodio más reciente de una enemistad digna de maratón de domingo.
Los antecedentes importan. Tejado no es un civilito inocente. En la investigación #TelevisaLeaks, Aristegui Noticias documentó campañas desde las entrañas de Televisa para desprestigiarla. ¿Quién aparece en esos documentos como artífice de estrategias digitales, bots y noticias falsas? Sí, Tejado. Con este historial, que se diga víctima de censura por parte de Aristegui, resulta tan creíble como un infomercial a las tres de la mañana.
Tejado asegura que tiene videos como prueba de que se le negó el derecho de palabra. Pero mientras no los publique, lo único que tenemos es su palabra contra la de alguien a quien ha llamado “mentirosa profesional”. Más que una denuncia, parece un berrinche editorial: “me invitaron, pero no me dejaron hablar, y me sacaron feo”. ¿No será que simplemente nadie quería otro monólogo corporativo?
De parte de Aristegui y su equipo, no ha habido respuesta oficial. Y, siendo sinceros, tampoco les hace falta. La periodista ha sido blanco de ataques desde las cúpulas del poder mediático por años, y ha construido su prestigio justo en ese campo minado. Que no quiera sentar a Tejado frente a su micrófono puede ser una decisión editorial, no necesariamente censura. Aunque claro, en tiempos de redes, cualquier desinvitación se convierte en linchamiento público.
El tema de fondo, sin embargo, no es solo el chisme entre dos personajes de los medios. Lo verdaderamente preocupante es cómo esta disputa trivializa debates más serios: la libertad de expresión, la ética periodística, el derecho a réplica. ¿Qué pasa cuando esas causas son utilizadas como armas en una guerra de egos? Pasa esto: una acusación ruidosa, sin pruebas, sin contexto, amplificada por medios con intereses claros.
En el mejor de los casos, este incidente es solo un malentendido editorial. En el peor, es un intento de usar la bandera de la censura para lavar culpas pasadas. Lo que está claro es que el periodismo no gana nada con este circo. Y mientras los espectadores discutimos si el invitado fue maltratado o si la conductora exagera su papel de heroína, los grandes temas—la concentración de medios, la manipulación informativa, la polarización digital—siguen sin tocarse.
Porque, al final, lo que menos necesitamos en el periodismo mexicano es más teatro. Y lo que más urge es menos espectáculo y más verdad.