
Cargar con una vida en una mochila, dejar atrás el hogar, cruzar fronteras impulsado por el miedo, el dolor y, pese a todo, la esperanza. Así comienza el camino para millones de personas refugiadas en el mundo. Hoy, 20 de junio, el planeta conmemora el Día Mundial del Refugiado, una fecha designada por la ONU desde 2001 para visibilizar las historias, los derechos y las luchas de quienes han sido forzados a huir. En 2025, esta conmemoración llega con cifras alarmantes: 122.1 millones de personas desplazadas por la fuerza, incluyendo 42.7 millones que han huido de sus países y 73.5 millones que permanecen desplazadas dentro de sus propias fronteras.
Sudán se ha convertido en el país con mayor número de personas desplazadas del mundo, con 14.3 millones. Le siguen Siria, Afganistán y Ucrania. Estas cifras revelan no solo el impacto brutal de los conflictos armados, sino también el fracaso colectivo para prevenirlos y proteger a las personas. El rostro más vulnerable de esta crisis es el de la niñez: casi el 40 % de la población desplazada son menores de 18 años.
La historia de Fatima Zakaria, quien perdió a la mitad de su familia durante la guerra en Sudán y huyó a Chad, ilustra el drama detrás de las estadísticas. Pero también la resiliencia. Ella fundó una asociación que brinda apoyo a mujeres refugiadas. Radwa Abdelkarim, madre de seis hijos, inició un negocio de panadería que da empleo a otras mujeres desplazadas. Estas mujeres no solo reconstruyen sus propias vidas, sino que se convierten en faros de esperanza para muchas más.
El mensaje de este año, «Solidaridad y protección a quien la necesita», apela directamente a la acción. La solidaridad no puede limitarse a la compasión de un día. Las cicatrices invisibles de la guerra, los hogares destruidos, las familias separadas, requieren más que empatía; demandan medidas concretas. Políticas públicas incluyentes, marcos legales amplios —como el que en México incorpora la Declaración de Cartagena para brindar asilo por violencia generalizada o violación de derechos humanos—, y acciones cotidianas que incluyan a las personas refugiadas en nuestras comunidades.
El desplazamiento también se ve agravado por factores como el cambio climático, la pobreza extrema y el colapso de sistemas sociales. Aunque quienes huyen por estos motivos no siempre encajan en la definición legal de “refugiado”, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) insiste en ampliar los marcos de protección para no dejar a nadie atrás.
La verdadera solidaridad se traduce en acoger, ofrecer oportunidades laborales, donar tiempo, compartir historias. No se trata de caridad, sino de equidad y dignidad. Las personas refugiadas no buscan compasión, buscan oportunidades para volver a ser dueñas de su destino.
En un mundo donde crecen las narrativas de exclusión y miedo, alzar la voz por quienes han sido silenciados es un acto de humanidad. Que este Día Mundial del Refugiado no sea un gesto simbólico más, sino un recordatorio de que todos tenemos un papel que jugar para que nadie se quede fuera. Porque ningún ser humano debería tener que elegir entre su vida y su hogar.