
Una mentalidad negativa no solo nos roba la tranquilidad y eleva los niveles de estrés, sino que también podría estar alterando físicamente el cerebro. Así lo demuestra una reciente investigación llevada a cabo por Amen Clinics, una red de centros especializados en diagnóstico de la salud cerebral en Estados Unidos, que analizó más de 19,000 escáneres cerebrales de pacientes con trastornos de ansiedad. Los resultados, publicados en la revista Depression and Anxiety, ofrecen una visión inquietante sobre cómo el sesgo de negatividad afecta tanto la mente como la biología del cerebro.
El estudio fue coautoría del Dr. Daniel Amen, psiquiatra reconocido y fundador de Amen Clinics. Según explica, los individuos que tienden a enfocarse más en lo negativo mostraron un flujo sanguíneo reducido en áreas cerebrales fundamentales como los lóbulos frontal, temporal y parietal. Estas regiones están estrechamente relacionadas con funciones esenciales como la toma de decisiones, la memoria y la regulación emocional. Sin embargo, lo más sorprendente fue hallar anomalías incluso en zonas tradicionalmente no vinculadas al procesamiento emocional, como el cerebelo.
Más allá de estas alteraciones físicas, el estudio reveló que las personas con alto sesgo de negatividad presentaban niveles notablemente superiores de síntomas psicológicos: depresión, ansiedad, pensamientos suicidas, inestabilidad emocional, dificultades de memoria y mala regulación del estrés. «No sólo empeoraron los síntomas del estado de ánimo», señaló Amen, «sino que también se vieron comprometidas las habilidades de pensamiento reales».
Una de las conclusiones más contundentes del especialista es que “la enfermedad mental es una enfermedad cerebral”. Para Amen, esta evidencia refuerza la urgencia de considerar al cerebro como el órgano central en el tratamiento de los trastornos psicológicos. “Hasta que no empecemos a mirar al cerebro, estaremos volando a ciegas en psiquiatría”, advirtió.
El estudio, sin embargo, tiene sus limitaciones. Su diseño transversal implica que los datos fueron recogidos en un solo momento, por lo que no se puede establecer una relación causal directa. Es decir, aunque se observa una correlación entre la negatividad y la disfunción cerebral, no se puede afirmar con certeza que una cause la otra.
A pesar de ello, el mensaje es claro: los pensamientos negativos crónicos no son simplemente un mal hábito o una cuestión de actitud. Pueden ser un signo de que el cerebro necesita ayuda. Según Amen, “el sesgo de negatividad no es solo una mala actitud, es un patrón neurológico que puede convertirse en una espiral de colapso cognitivo y emocional”.
La buena noticia es que el cerebro es moldeable. Aunque este estudio no abordó tratamientos específicos, el propio Amen sugiere que prácticas como el ejercicio, la meditación, los suplementos de omega-3, los diarios de gratitud y la respiración profunda pueden ayudar a reconfigurar ese patrón negativo. El cambio, dice, es posible, “pero solo si empezamos a mirar el cerebro”.