
En las últimas décadas, el hundimiento del suelo se ha convertido en una amenaza creciente para numerosas ciudades costeras del mundo. Pero ahora, un estudio publicado en Nature Cities revela una realidad más amplia y alarmante: todas las grandes ciudades de Estados Unidos —desde Nueva York hasta Los Ángeles, pasando por Houston y Denver— están hundiéndose, en algunos casos de manera desigual y a ritmos acelerados, generando una presión silenciosa sobre infraestructuras urbanas que podrían estar acercándose a su límite de seguridad.
El análisis, liderado por Leonard Ohenhen del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia, examinó datos satelitales de alta resolución en 28 ciudades estadounidenses con más de 600 mil habitantes. La investigación detectó que en 25 de esas urbes, al menos dos tercios del territorio muestran hundimientos, afectando directamente a unos 34 millones de personas. Los datos fueron obtenidos mediante imágenes satelitales que permiten medir variaciones milimétricas en cuadrículas de apenas 28 metros cuadrados, una precisión sin precedentes.
Houston lidera la lista de ciudades en riesgo, con más del 40% de su superficie descendiendo más de 5 milímetros al año. En algunas áreas, especialmente alrededor del aeropuerto de la ciudad, el hundimiento alcanza hasta cinco centímetros anuales. Otras ciudades texanas, como Fort Worth y Dallas, enfrentan fenómenos similares. En la costa este, también se detectaron zonas críticas, incluyendo el aeropuerto LaGuardia de Nueva York y partes de Washington, D.C., Las Vegas y San Francisco.
La principal causa del hundimiento es la extracción masiva y constante de agua subterránea, responsable de aproximadamente el 80% de estos movimientos. Esta actividad reduce la presión en los acuíferos —especialmente los de sedimentos finos— provocando su compactación irreversible y el consecuente descenso de la superficie. En Texas, este efecto se agrava con la extracción de petróleo y gas. Según los investigadores, el crecimiento urbano, el aumento de la demanda hídrica y las sequías intensificadas por el cambio climático solo empeorarán el problema en los próximos años.
A estas causas humanas se suman factores geológicos. Hace 20 mil años, una vasta capa de hielo cubría buena parte de América del Norte. Su peso deformó la corteza terrestre, empujando hacia arriba zonas periféricas. Con la desaparición del hielo, estos abultamientos comenzaron a ceder lentamente, un proceso aún activo. Ciudades como Indianápolis, Chicago, Filadelfia, Denver y Portland están experimentando este descenso residual, que contribuye al hundimiento general.
Incluso el peso de las edificaciones actuales podría estar influyendo. En 2023, un estudio advirtió que los más de un millón de edificios de Nueva York ejercen tal presión sobre el suelo que podrían estar acelerando el hundimiento. Investigaciones similares en Miami han sugerido que nuevas construcciones están alterando el subsuelo de forma peligrosa para edificaciones ya existentes.
Uno de los hallazgos más preocupantes es la presencia de movimiento diferencial. Esto ocurre cuando zonas adyacentes se hunden o elevan a ritmos distintos, lo cual genera tensiones estructurales en puentes, carreteras, edificios y otras infraestructuras. Aunque algunas ciudades como Jacksonville, Memphis y San José muestran áreas donde la recarga de acuíferos ha provocado un leve ascenso del terreno, este fenómeno no compensa la gravedad del hundimiento en otras regiones urbanas.
El estudio también subraya un vínculo entre el descenso topográfico y las inundaciones. Las ocho ciudades más afectadas —entre ellas Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Phoenix y Dallas— han registrado más de 90 inundaciones significativas desde el año 2000, una cifra posiblemente relacionada con la pérdida de elevación del suelo.
Aunque el hundimiento puede pasar desapercibido a simple vista, sus efectos acumulativos son potencialmente devastadores. La investigación propone que se tomen en cuenta estos cambios en la planificación urbana y la gestión de recursos hídricos, antes de que los daños sean irreversibles o se conviertan en desastres. Como advierte el propio Ohenhen, «el suelo que pisa Estados Unidos está cambiando, y con él, la seguridad de sus ciudades».