
Por Sebastián Cortés Beltrán
Un concierto épico en la Sala Nezahualcóyotl une pasión, virtuosismo y melancolía escocesa bajo la batuta de Sylvain Gasançon. Nikolaj Szeps-Znaider brilla con su violín. ¡La UNAM lo hace de nuevo!
En un mundo donde la música clásica a veces parece un lujo para snobs, la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) nos recuerda que el arte puede ser un refugio para el alma y una patada al hastío cotidiano. Este 8 de junio de 2025, la Sala Nezahualcóyotl se convirtió en un portal temporal: desde los dilemas amorosos de Wagner hasta las highlands escocesas de Bruch y la introspección de Brahms. Bajo la batuta del francés Sylvain Gasançon, la OFUNAM ofreció un programa que fue como un buen mezcal: intenso, complejo y con un dejo de melancolía.
El concierto arrancó con la Obertura de Tannhäuser de Richard Wagner, una pieza que te agarra por el cuello y no te suelta. En 12 minutos, la orquesta pintó el tormento de un caballero atrapado entre el amor divino y las tentaciones terrenales. ¿Suena a telenovela? Tal vez, pero con Wagner todo es épico. Gasançon, con su precisión de cirujano, dejó claro por qué es el director titular: cada crescendo fue un grito al universo, cada silencio, una puñalada al corazón.
Entonces llegó el danés Nikolaj Szeps-Znaider, un violinista que parece haber hecho un pacto con el diablo para tocar con tanta alma. Interpretó la Fantasía escocesa de Max Bruch, una obra de 1880 que destila niebla, gaitas y el espíritu indomable de Escocia. Szeps-Znaider, armado con un Guarnerius del Gesu de 1741 (sí, el mismo que tocó Fritz Kreisler), convirtió cada nota en un relato. Los cuatro movimientos —del grave inicial al guerrero final— fueron un viaje por paisajes brumosos y batallas épicas. El público, hipnotizado, olvidó por un momento el caos de la CDMX.
Tras un intermedio para reponerse (y quizá pedir un café para no sucumbir al trance), la OFUNAM cerró con la Sinfonía núm. 4 de Johannes Brahms. Esta obra, escrita en 1885, es como un adiós disfrazado de música: melancólica, pero con una fuerza que te sacude. Gasançon y su tropa de músicos navegaron los cuatro movimientos con una mezcla de pasión y contención, como quien sabe que el fin está cerca pero aún tiene algo que decir. El final, un Allegro energico e passionato, fue un recordatorio de que, incluso en la derrota, hay belleza.
Lo que hace especial a este concierto no es solo la música, sino el contexto. En una ciudad donde el tráfico y la inflación parecen conspirar contra la cordura, la Sala Nezahualcóyotl es un oasis. La OFUNAM, con su compromiso de llevar la música clásica a todos (¡boletos accesibles, hola!), demuestra que la cultura no debería ser un privilegio. El Patronato y la Sociedad de Amigos de la OFUNAM merecen una ovación por apoyar estos eventos que nos hacen sentir, aunque sea por 82 minutos, que el mundo no está tan perdido.
Gasançon, con su trayectoria que incluye orquestas desde Hong Kong hasta Buenos Aires, es un director que no solo dirige, sino que cuenta historias. Szeps-Znaider, por su parte, es un prodigio que combina virtuosismo con una sensibilidad que roza lo sobrenatural. Juntos, transformaron la Sala Nezahualcóyotl en un espacio donde el tiempo se detuvo y las preocupaciones se disolvieron en acordes.
Si te perdiste este concierto, no llores (bueno, un poco sí). La Segunda Temporada 2025 de la OFUNAM promete más noches como esta. Consulta el programa digital en musica.unam.mx y reserva tus boletos antes de que se agoten. Porque, en un mundo que a veces parece una mala broma, la música de Wagner, Bruch y Brahms nos recuerda que aún hay cosas que valen la pena.