
Aunque los perros y los gatos descienden de ancestros completamente distintos, ciertas razas modernas se parecen más entre sí que a sus propios parientes cercanos. Carlinos, bulldogs, pequineses, persas, himalayos y birmanos tienen algo en común que va mucho más allá de su rol como mascotas: sus cráneos achatados y hocicos cortos son tan similares que han provocado una convergencia morfológica nunca antes vista entre especies domesticadas.
Así lo confirma un nuevo estudio publicado en la revista PNAS y liderado por investigadores de las universidades de Cornell y Washington. El trabajo, basado en escaneos tridimensionales de cráneos de perros, gatos, lobos, gatos monteses y otras especies carnívoras, demuestra que estos animales con «cara chata» comparten una estructura craneal extraordinariamente parecida, a pesar de tener historias evolutivas radicalmente distintas. Según explica Abby Drake, bióloga evolutiva de Cornell y una de las autoras del estudio, esta similitud no es fruto del azar, sino de una intensa selección artificial impulsada por los humanos.
Los perros descienden de los lobos, animales de hocico largo y cráneo alargado. Los gatos, por su parte, provienen de felinos monteses de formas mucho más refinadas. No obstante, las razas domésticas más populares de ambos grupos han sido modificadas por la cría selectiva para lucir un rostro «achicado», con narices cortas, ojos grandes y mandíbulas redondeadas. Esa estética infantilizada y simpática, conocida como neotenia, resulta atractiva para los humanos, lo que ha incentivado su reproducción masiva. Pero este cambio morfológico drástico ha tenido consecuencias más allá de la superficie.
La convergencia observada es tan marcada que, en algunos casos, un gato persa y un perro carlino tienen cráneos más parecidos entre sí que con otros miembros de sus respectivas especies. Esto es especialmente notable porque estas especies están separadas por al menos 50 millones de años de evolución. En la naturaleza, una convergencia similar ocurre cuando diferentes especies desarrollan soluciones parecidas a problemas similares, como las alas de los murciélagos, aves e insectos. Pero lo que sucede con perros y gatos es resultado de un proceso artificial y muy acelerado.
Los investigadores también descubrieron que este patrón de convergencia ocurrió varias veces de forma independiente. En los perros, surgió primero en razas como los bulldogs y luego, por separado, en otras como los pequineses y Shih Tzus. En los gatos, algo similar ocurrió con los persas, himalayos y birmanos. Este fenómeno ofrece a la ciencia una oportunidad única para estudiar cómo funcionan los procesos evolutivos, aunque también plantea serias preguntas sobre bienestar animal.
Porque estas caras adorables traen consigo graves problemas de salud. Las razas braquicéfalas —tanto en gatos como en perros— sufren con frecuencia dificultades respiratorias, digestivas, oculares e incluso complicaciones en el parto. Su morfología extrema compromete funciones vitales y reduce significativamente su calidad de vida. Tal como advierten los investigadores, estos animales «no sobrevivirían en estado salvaje».
La cría selectiva ha permitido una diversidad extraordinaria entre las mascotas domésticas, sobre todo en los perros, que son los carnívoros más diversos del planeta. Pero este mismo proceso también ha llevado al límite ciertos rasgos, a menudo por motivos puramente estéticos. La convergencia craneal entre perros y gatos no es solo una curiosidad científica: es también un recordatorio de cómo nuestras decisiones como criadores y consumidores impactan profundamente la biología y el bienestar de los animales que convivimos a diario.