Por Bruno Cortés
Las manifestaciones registradas en el Zócalo capitalino el 15 y 16 de noviembre trascendieron rápidamente las fronteras mexicanas, captando la atención de influencers políticos internacionales que interpretaron los incidentes bajo distintos marcos ideológicos. Desde comparaciones con la Revolución Americana hasta afirmaciones sobre un supuesto “levantamiento patriota” contra el gobierno de Claudia Sheinbaum, las reacciones reflejan el modo en que las protestas mexicanas se insertan en la narrativa global de confrontación política digital.

El influencer estadounidense Dom Lucre fue uno de los primeros en amplificar los hechos, calificando la protesta como “la cuarta revolución Gen-Z del año” y asegurando que los jóvenes mexicanos se levantaron “para separar al país del control de los cárteles”. Su mensaje, viral con millones de reproducciones, vinculó la movilización mexicana con protestas registradas previamente en Indonesia, Nepal y Filipinas, aun cuando no existe evidencia de una coordinación internacional de este tipo.
A la narrativa generacional se sumó Mr Commonsense, quien destacó el uso de banderas inspiradas en One Piece, interpretándolas como símbolos universales de resistencia contra gobiernos autoritarios. Aunque en México el uso de esta iconografía fue aislado y marginal, afuera se convirtió en un potente elemento visual para encuadrar la protesta como parte de un fenómeno juvenil global con estética pop.

Por su parte, cuentas de corte conservador extremo —incluyendo perfiles que se presentan como cercanos al trumpismo— retrataron la protesta como un “colapso del Estado mexicano”. Uno de los mensajes más virales afirmó que “México City just blew up” y que “miles están asaltando el Palacio Nacional” tras el asesinato de un alcalde. Estas afirmaciones no corresponden con los hechos documentados, pero sí construyen una percepción alarmista en audiencias extranjeras.
Otro mensaje, que superó las 100 millones de visualizaciones, aseguró que hubo balas, gas lacrimógeno y enfrentamientos estilo guerra civil. Ninguno de estos elementos coincide con los reportes oficiales de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, que afirmó que la policía no utilizó armas, ni gas lacrimógeno, ni balas de goma.
En un tono más moderado, medios como The Epoch Times enmarcaron la protesta como una manifestación contra el crimen y la corrupción, priorizando un enfoque estructural y dejando de lado las etiquetas de “rebelión” o “colapso estatal”.
Este contraste evidencia cómo la protesta mexicana se convirtió en materia prima para narrativas globales —algunas informadas, otras abiertamente manipuladas— que responden más a intereses geopolíticos o guerras culturales ajenas que a la realidad local.
Mientras tanto, el Gobierno de la Ciudad de México sostiene que la violencia fue causada por grupos organizados y que no hubo represión policial. Además, destaca la existencia de desinformación internacional que amplificó imágenes sensibles fuera de contexto.
La lectura internacional de los hechos dejó a México en una posición incómoda: como escenario de una supuesta “rebelión”, aun cuando el número de manifestantes, las demandas y los hechos registrados distan de los relatos difundidos globalmente. Sin embargo, la viralidad de estas narrativas demuestra la creciente vulnerabilidad de los eventos locales cuando ingresan al ecosistema digital global, donde cada actor reinterpreta la realidad para ajustarla a su agenda.

