
Tim Friede no es científico ni médico. Es un aficionado a las serpientes que, durante casi dos décadas, se inyectó deliberadamente veneno de algunas de las especies más letales del mundo. Lo que empezó como una forma de protegerse mientras manipulaba serpientes, terminó convirtiéndose en una misión científica: desarrollar un antídoto universal contra las mordeduras de serpiente.
Friede ha sobrevivido a más de 200 mordeduras y 700 inyecciones de veneno. Pasó por el coma y por momentos en los que temió perder dedos, su empleo y la vida. Pero perseveró, motivado por el deseo de evitar que más personas murieran por falta de acceso a antídotos efectivos. Y su extraordinario caso llamó la atención de los investigadores.
En la actualidad, los antídotos se producen inyectando veneno en animales como caballos para que desarrollen anticuerpos. Luego, estos se extraen y purifican para su uso en humanos. Sin embargo, los antivenenos son altamente específicos: un suero útil para una cobra india puede no funcionar contra la misma especie en otro país. Y con 140,000 muertes al año y muchas más personas con discapacidades permanentes por mordeduras, este sistema muestra sus limitaciones.
El giro llegó cuando el doctor Jacob Glanville, de la firma biotecnológica Centivax, encontró la historia de Friede y sospechó que en su sangre podría haber anticuerpos ampliamente neutralizantes, capaces de reconocer y bloquear toxinas comunes a múltiples especies. Le pidió una muestra de sangre, y Friede aceptó.
Los científicos estudiaron su sistema inmunológico, enfocado en los elápidos, un grupo de serpientes que incluye mambas, cobras, taipanes y búngaros. Estas especies usan neurotoxinas que paralizan a sus víctimas, provocando la muerte por asfixia. La investigación, publicada en la revista Cell, reveló que Friede había desarrollado anticuerpos capaces de neutralizar varias clases de estas toxinas.
En pruebas con ratones, un cóctel de tres componentes inmunológicos logró proteger contra dosis mortales de veneno en 13 de 19 especies de serpientes estudiadas. En las seis restantes, ofreció protección parcial. Los científicos creen que con un cuarto componente se podría lograr una cobertura completa para todos los elápidos. La meta a largo plazo es tener también antídotos para los vipéridos, cuya toxicidad actúa sobre la sangre, así como para otras clases de toxinas como las citotoxinas, que destruyen tejidos.
La comunidad científica ha recibido los resultados con entusiasmo. El profesor Peter Kwong, de la Universidad de Columbia, cree que en los próximos 10 o 15 años podríamos contar con tratamientos eficaces contra cada clase de toxina. El profesor Nick Casewell, del Centro de Investigación contra Mordeduras de Serpiente de Liverpool, consideró el estudio como “una prueba sólida” de que el enfoque es viable, aunque advirtió que aún se requiere un largo camino antes de aplicar estas terapias en humanos.
Tim Friede, por su parte, no espera reconocimiento ni recompensa. “Estoy haciendo algo bueno para la humanidad”, afirma. Y tiene razones para estar orgulloso: su sangre podría salvar miles de vidas.