
Una cloaca mediática disfrazada de canal de televisión: el colapso ético de Televisa
El escándalo conocido como #TelevisaLeaks ha puesto contra las cuerdas a Grupo Televisa, revelando con crudeza quirúrgica lo que muchos sospechaban desde hace años: la existencia de un aparato clandestino de manipulación informativa operado desde las entrañas del consorcio más poderoso de medios en América Latina. El golpe, aunque sorpresivo en su dimensión, fue certero: más de 5 terabytes de datos filtrados, tres días de pérdidas bursátiles, y una caída del 6.58% en sus acciones. En pocas palabras: el telón se cayó y atrás no había decorado, sino un centro de operaciones de guerra sucia.
La investigación publicada por Aristegui Noticias desnudó la existencia de una célula interna denominada “Palomar”, un grupo que, en alianza con la empresa Metrics Index, habría elaborado campañas digitales destinadas a destruir reputaciones con precisión quirúrgica. El objetivo: silenciar voces incómodas y moldear la opinión pública como plastilina. Las víctimas, lejos de ser casuales, eran pesos pesados de la política, los medios y el poder económico: Carlos Slim, Carmen Aristegui y el magistrado Arturo Zaldívar, por mencionar solo algunos.
Las operaciones de “Palomar” incluían todo el repertorio del siglo XXI: bots programados como francotiradores digitales, videos fabricados con verdades a medias y cuentas falsas regadas como plaga en redes sociales. Si el escándalo de Cambridge Analytica fue una señal de alerta global, lo de Televisa ha sido un campanazo con resonancia continental. Las redes no estaban solamente distorsionando la conversación pública: estaban siendo instrumentalizadas desde un centro de comando disfrazado de sala de redacción.
El mercado respondió con frialdad. El 29 de abril de 2025, las acciones de Televisa (BMV:TLEVISACPO) cerraron en 7.22 pesos por acción, luego de tocar un mínimo de 6.62 pesos. Pero la sacudida financiera no se debió solo al escándalo: ese mismo día, Televisa presentó un reporte financiero que revelaba una caída del 65% en sus ganancias netas. El desplome se atribuyó en parte a la fuga masiva de usuarios de Sky, su plataforma satelital, que parece estar orbitando fuera del alcance de la rentabilidad.
El impacto reputacional, sin embargo, es de otro calibre. La magnitud de los documentos filtrados —equiparada ya con los Panama Papers y los Sedena Leaks— evidencia una estructura institucionalizada para el desprestigio ajeno. Y en un país donde los medios son parte activa del ajedrez político, esta revelación podría redibujar por completo el tablero.
La presión sobre la cúpula de Televisa ha escalado. Emilio Azcárraga Jean, heredero del emporio, ya había solicitado licencia en 2024 por un escándalo paralelo: presuntos sobornos a la FIFA para obtener derechos de transmisión del Mundial. Ahora, con el doble flanco abierto —ético y financiero—, su regreso parece más un riesgo que una solución. El apellido Azcárraga, durante décadas sinónimo de poder televisivo, enfrenta hoy una narrativa en ruinas.
Paradójicamente, este episodio ofrece un rayo de claridad para el ecosistema mediático mexicano: por más oscura que sea la habitación, la verdad encuentra rendijas. La labor de medios independientes como Aristegui Noticias —con toda la precariedad y el riesgo que conlleva— ha demostrado que el periodismo crítico no solo sobrevive, sino que aún puede poner de rodillas al gigante. Un triunfo, si se quiere ver así, de la verdad sobre la propaganda; del reporterismo sobre el marketing de la posverdad.
Mientras Televisa intenta contener la hemorragia de credibilidad, el resto del país observa. No solo como espectadores, sino como testigos y, ojalá, como ciudadanos cada vez menos dispuestos a aceptar como verdad lo que huele a montaje. Porque al final, incluso en televisión, el contenido importa. Y esta vez, el canal fue la noticia.