
A medida que pasan los años, muchas personas notan que comidas que antes disfrutaban sin problema —como la pizza, las hamburguesas o las papas fritas— comienzan a causarles incomodidad, pesadez o incluso malestares digestivos evidentes. Esta sensación no es una simple percepción: el cuerpo realmente cambia con el tiempo, y uno de los aspectos que más se ve afectado es la capacidad de digerir grasas. Esta condición, conocida como intolerancia a las grasas o malabsorción de lípidos, se vuelve más común con el envejecimiento.
El sistema digestivo humano no mantiene la misma eficiencia a lo largo de toda la vida. Según explican expertos como el doctor Mir Ali, director médico del Centro Quirúrgico de Pérdida de Peso MemorialCare en California, el cuerpo envejecido descompone las grasas con mayor dificultad. Esto se debe, entre otras razones, a que el vaciado del estómago se vuelve más lento, lo que hace que las grasas permanezcan más tiempo en el sistema digestivo, provocando sensación de llenura, indigestión o náuseas. Además, el proceso natural del peristaltismo —las contracciones musculares que empujan el alimento a lo largo del tracto intestinal— se debilita, haciendo más lenta la digestión general.
Otros factores también inciden en esta dificultad para procesar grasas. El hígado, por ejemplo, produce menos bilis con el paso del tiempo. Esta sustancia es fundamental para descomponer las grasas, sobre todo las saturadas. El microbioma intestinal, es decir, la comunidad de microorganismos que vive en el intestino, pierde diversidad con la edad, lo que favorece la inflamación y entorpece aún más la digestión. Incluso el revestimiento intestinal puede dañarse debido a cambios en los niveles de glucosa, como ocurre en casos de prediabetes, lo cual también repercute en la capacidad de absorber nutrientes.
Identificar esta intolerancia puede no ser sencillo, pero hay señales claras: desde molestias gástricas y reflujo hasta heces de aspecto grasiento, color claro u olor fétido. Si estos síntomas son persistentes, los especialistas advierten que podrían ser señal de condiciones más serias, como una disfunción en la vesícula biliar, insuficiencia pancreática o trastornos metabólicos como el síndrome del intestino irritable.
Sin embargo, no todo está perdido para quienes aman los alimentos ricos en grasa. No todas las grasas afectan igual al organismo. Las insaturadas, presentes en aguacates, frutos secos, semillas y aceite de oliva, suelen ser mejor toleradas. Por el contrario, las grasas saturadas y trans, comunes en productos ultraprocesados como la repostería industrial o las salchichas, tienden a ser más difíciles de digerir y más inflamatorias.
La clave, según los expertos, está en la moderación y en hacer elecciones alimenticias más conscientes. Reducir el tamaño de las porciones, acompañar las comidas grasas con alimentos ricos en fibra, y elegir fuentes de grasa de mejor calidad puede marcar una gran diferencia. Además, cambiar el método de cocción —por ejemplo, evitar freír o ahumar— también ayuda a que los alimentos sean más fáciles de digerir.
Si bien no es obligatorio incluir grasas en la dieta, hacerlo con mesura y atención a la calidad de los ingredientes puede mantener un equilibrio saludable. Y si las molestias digestivas son recurrentes, lo más recomendable es consultar con un médico o nutricionista para descartar posibles enfermedades subyacentes y recibir orientación especializada.