CIBERSEGURIDAD POLÍTICA
POR: RAUL FRAGA JUÁREZ
BASES SOCIALES DE APOYO PARTIDISTAS, ENTRE MILITANCIAS CAUTIVAS Y SIMPATIZANTES DE OCASIÓN, CARENTES DE CONVICCIÓN
Con bombo y platillo, Luisa María Alcalde Luján, dirigente máxima del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), anunció el fin de semana que, a casi un año de haber iniciado (22 de diciembre de 2024) el proceso de afiliación y credencialización de nuevos militantes, bajo el slogan de “Súmate a Morena”, el corte de caja arroja un “éxito contundente” al haber logrado que su membresía guinda pasara de 2.5 millones de afiliados, a los 10.6 millones que hoy contabiliza. Con una fuerza casi monopólica en los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y a pesar de su indiscutible fuerza numérica, las bases sociales de apoyo que apuntalan a los gobiernos de la 4T, tanto a nivel federal, como estatales y municipales, así como a los respectivos congresos, carecen de sentido de pertenencia política, identidad ideológica y actuación programática, amén de que, al ser militantes de ocasión, y no por convicción, desconocen la declaración de principios y no están enterados de la historia mínima de las luchas de los otrora llamados agrupamientos democráticos.
Si bien Morena fue creado el 2 de octubre de 2011 como movimiento político-social por Andrés Manuel López Obrador (con el apoyo de Jesús Ramírez Cuevas) buscando que operara como plataforma electoral de su candidatura presidencial hacia el 2012, ese fallido intento llevaría a su readaptación hasta conseguir que el 9 de julio de 2014 el Instituto Nacional Electoral le reconociera y otorgara su carácter de partido político nacional. En las elecciones presidenciales de 2018, con el telón de fondo de un hartazgo social frente a los usos y abusos de la clase política de todos los partidos -en particular del PRI y del PAN-, López Obrador alcanzó, por fin, el triunfo que le dio el “derecho multi-picaporte” a la silla presidencial y a las instituciones del Estado Mexicano.
Según cifras oficiales aportadas en agosto de 2023 por la autoridad nacional electoral, Morena contaba con 2 millones 322 mil 136 militantes válidos; mientras que el Partido Revolucionario Institucional (PRI, el otrora partido prácticamente único) ya solo sumaba 1 millón 411 mil 889 miembros; el Partido de la Revolución Democrática (PRD, fundado en mayo de 1989 de lo que fue el Frente Democrático Nacional, que en 1988 postuló a Cuauhtémoc Cárdenas como su candidato presidencial) alcanzaba 999 mil 249 militantes; el Partido Verde (negocio electoral familiar con el sello González Torres), 592 mil 417 militantes; el Partido del Trabajo (PT, troquelado a favor de Alberto Anaya): 457 mil 624 militantes; el Movimiento Ciudadano (feudo partidista de Dante Delgado) contabilizaba 384 mil 005 militantes, y el Partido Acción Nacional (PAN, fundado en septiembre de 1939 por Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, y que logró sacar al PRI de Los Pinos en el año 2000) se debatía en un marcado debilitamiento en sus filas
con solo 277 mil 665 militantes.
Hoy, una década y cinco meses después de que comenzara a prefigurarse Morena, cuenta ya con su propia estructura territorial, formada por los ahora referidos como parte clave del “pueblo bueno”; pero, esos recién sumados y estrenados como correligionarios guindas constituyen, más bien, un variado mosaico de integrantes del numeroso sector llamado “círculo verde” (se van por las versiones y no por las informaciones, no tienen capacidad reflexiva ni interés por cotejar suposiciones), mientras que son escasos los miembros del “círculo rojo” (con pensamiento complejo, mirada crítica y opinión sustentada). De acuerdo con la documentada visión de la Dra. Ivonne Acuña Murillo, especialista y académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana: “quienes forman el círculo verde, donde está la mayoría de la población, no están interesados en buscar fuentes alternativas de información, ni se preocupan por conocer a los candidatos y sus propuestas, y se conforman con lo que los medios de comunicación le ofrecen, en especial la televisión”. Agrega: “Al círculo rojo pertenecen quienes consumen información de calidad, que acuden a diversas fuentes, que pueden diferenciar información de propaganda y son capaces de reconocer los intereses y compromisos de cada medio de comunicación”.
Además, en el resbaladizo ángulo de las “pertenencias político-partidistas”, también hay que poner atención en la tradicionalmente burocratizada “nomenklatura de las izquierdas” (PT, Partido Verde y Movimiento Ciudadano), que actúa acorde con lo que son: grupos de interés y grupos de y para la negociación, que se inclinarán hacia donde les marcan sus acomodaticias brújulas respecto a cuando deben ajustarse hacia un lado, y/o en qué momento -y con qué reparto de cuotas y parcelas de poder- deben hacerlo hacia otro, dependiendo de lo que los vientos político-electorales soplen, conforme a los designios de cúpula.
A la luz de la actualizada numeralia sobre la militancia morenista, en el reparto de créditos políticos sale muy fortalecida su dirigente nacional, Luisa María Alcalde; mientras que los reflectores no han iluminado en la misma dimensión a Andrés Manuel López Beltrán, secretario de Organización -y a quien muchos ven como el heredero electoral de la dinastía su poderoso padre- ya que ha incurrido en graves fallas de cálculo político-mediático al haber sido exhibido en suntuosas actividades, incluido viaje al exterior.
Cuando la travesía sexenal de la presidenta Claudia Sheinbaum apenas está por alcanzar sus primeros 15 meses, no existe oposición partidista a su gobierno de la 4T, en su fase del segundo piso. Todo indica que, si se trata de identificar y ubicar a sus verdaderos adversarios, debe colocar su atención en las arenas movedizas que provoca el galope del o los caballos de Troya dentro de su propio establo político cuatroteísta.
El régimen de partidos, que desde 1929 le dio estructura, viabilidad y hoja de ruta al Sistema Político Mexicano surgido de la Revolución Mexicana, exhibe un cada vez más marcado grado de debilitamiento que, ante la complejidad de la era global y los intereses geoestratégicos en juego, podría ser rebasado y quedar sin capacidades nacionales de respuesta en un mundo cada vez más convulso.
