Por MARIBEL SÁNCHEZ ARELLANO
En la actualidad, el papel del pedagogo ha dejado de limitarse a la mera transmisión de conocimientos. De manera tal, que la complejidad del entorno educativo exige que los futuros profesionales de la educación desarrollen competencias comunicativas amplias, críticas y éticas, que les permitan no solo interactuar eficazmente con los estudiantes, comunidades y colegas, sino también ejercer un liderazgo positivo y transformador. Por lo tanto ¿Cómo pueden los futuros pedagogos desarrollar una comunicación efectiva, ética e inclusiva en la era digital para ejercer un liderazgo transformador en contextos educativos diversos?
Como es bien sabido, la comunicación y el liderazgo son ejes fundamentales en el desarrollo de relaciones humanas. Así, desde un enfoque práctico y reflexivo, se postula que, para las relaciones humanas, la comunicación es un proceso esencial, pues nos permite compartir emociones y pensamientos. Y es claro que, sin la comunicación, no podríamos conectar ni convivir con los demás.
Es importante recalcar que la comunicación no verbal representa el 85 % de nuestro mensaje, que en ocasiones representa más que palabras. “Las habilidades interpersonales, como la comunicación verbal y no verbal, la empatía y la capacidad de escuchar a otros, son necesarias para garantizar esas relaciones humanas. Las relaciones humanas son el medio mediante el cual el ser humano puede relacionarse con sus semejantes creando un ambiente armonioso para la convivencia, sin importar las diferencias que pueda haber entre una persona y otra” (Editorial Etecè, 2021, p.1). Lair Ribeiro (s/f) señala que: “Quien sabe comunicarse, tiene poder. Poder para influir, transformar y dejar huella en el Mundo”; es la idea de que la palabra educa, transforma y genera impacto en los estudiantes y la comunidad.
Así, reconociendo que la comunicación es el eje que estructura las relaciones humanas, el proyecto impulsa una visión del educador como comunicador, mediador, líder y agente de cambio en la sociedad. Un aspecto transversal del proyecto es la empatía, la autorregulación emocional y la comprensión del otro; todos estos pilares de la educación socioemocional, son indispensable en entornos educativos actuales. Un docente líder no impone, sino que influye, motiva y guía a partir de una comunicación clara, afectiva y coherente. Que es lo adecuado para una mejor comunicación, que, a su vez, mejora el proceso enseñanza-aprendizaje.
El modelo de comunicación de Albert Mehrabian, conocido como V-V-V (Visual, Vocal, Verbal), proporciona una perspectiva útil para entender cómo los distintos canales de comunicación influyen en la transmisión efectiva del mensaje. En el ámbito educativo, este modelo permite a los docentes reflexionar sobre la importancia de mantener coherencia entre lo que se dice (verbal), cómo se dice (vocal) y cómo se acompaña físicamente (visual). Así que, el tono de voz, las expresiones faciales y los gestos corporales deben alinearse con el contenido del discurso para fortalecer la credibilidad y el impacto pedagógico (Fonseca Yerena et al., 2011). Esta capacidad de integrar armónicamente los tres elementos es fundamental para que el docente logre crear un ambiente de aprendizaje atractivo, motivador y empático.
Zayas (2020) señala que: La comunicación interpersonal, caracterizada por la empatía, la escucha activa y el respeto mutuo, favorece la creación de vínculos significativos que potencian la motivación y el compromiso del alumno. De manera que, un docente que se comunica de forma clara, afectuosa y respetuosa no solo transmite conocimientos, sino que también promueve la formación de valores y actitudes positivas hacia el aprendizaje.
Por lo tanto. este tipo de comunicación contribuye al bienestar emocional del estudiante y fortalece su autoestima, lo cual es fundamental para el logro de aprendizajes duraderos y transformadores. Es importante resaltar que “la comunicación se convierte no solo en un medio para acceder al conocimiento, sino en una condición indispensable para la construcción colectiva del saber” (Nisbet & Shucksmith, 1992).
El lenguaje no solo es una herramienta para transmitir ideas, sino un dispositivo que da forma a la manera en que entendemos e interpretamos el mundo. En este sentido, el lenguaje puede servir tanto para reproducir estereotipos de género como para combatirlos. Por ello, se propone el uso de un lenguaje incluyente como una práctica política, ética y cultural que reconoce a las mujeres como sujetas activas en la sociedad. Entre las recomendaciones más importantes están: evitar el uso del masculino genérico, nombrar explícitamente a mujeres y hombres, no subordinar a las mujeres en el discurso ni en las imágenes, y utilizar recursos lingüísticos neutros, como “la ciudadanía”, “el personal”, o desdoblamientos como “las y los estudiantes”.
Además, si los medios reproducen discursos estereotipados, refuerzan la idea de que los hombres son protagonistas y las mujeres, figuras secundarias. En cambio, una comunicación no sexista puede ampliar las posibilidades de representación para todas las personas. El lenguaje, como herramienta simbólica, no es neutro: reproduce valores, normas y estructuras de poder. Por tanto, hablar de comunicación no sexista en la formación pedagógica implica cuestionar las formas tradicionales de expresión que invisibilizan, subordinan o estereotipan a mujeres, personas no binarias u otras identidades de género.
Guichard (2015) señala que: Se es incluyente cuando se nombra al colectivo de personas, o la actividad misma, o los lugares (todos sustantivos epicenos), en lugar de los términos que incluyen la referencia al sexo de las personas (p.137). La práctica de una comunicación no sexista tiene también una dimensión formativa y modeladora. El docente es, para muchos estudiantes, una figura de referencia, y sus formas de hablar son imitadas, analizadas y reproducidas. En este sentido, comunicar de forma inclusiva se convierte en una herramienta pedagógica poderosa: no solo enseña contenido, sino también valores y formas de ver el mundo. Un lenguaje que reconoce a todas las personas, que evita generalizaciones machistas, que nombra sin excluir, es también un lenguaje que educa para la democracia, la equidad y el respeto.
Por otra parte, la manera en que nos comunicamos ha experimentado una revolución profunda en las últimas décadas, marcada por la irrupción de Internet, las redes sociales y los dispositivos inteligentes. ofrece una panorámica clara y bien estructurada de estos cambios, abordando no solo los aspectos tecnológicos, sino también los impactos sociales, culturales y éticos. En este contexto, el papel del pensamiento crítico y la alfabetización digital se vuelve esencial. Es importante destacar la importancia de formar ciudadanos capaces de evaluar la veracidad de los contenidos, reconocer las fuentes confiables y utilizar las tecnologías con responsabilidad.
En este sentido, los pedagogos en formación deben adquirir competencias digitales docentes, entendidas no solo como habilidades técnicas, sino como capacidades pedagógicas para integrar la tecnología de manera significativa. Esto implica saber seleccionar recursos digitales adecuados, crear materiales interactivos, gestionar entornos virtuales de aprendizaje, y fomentar la participación activa del estudiantado en estos espacios.
Más aún, deben aprender a diseñar propuestas educativas que promuevan la autonomía, la creatividad, la colaboración y el pensamiento crítico, utilizando las tecnologías, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para enriquecer la experiencia de enseñanza-aprendizaje.
La transformación del ámbito educativo en la era digital exige una reformulación profunda de las prácticas comunicativas del pedagogo, quien ya no puede limitarse a ser un mero transmisor de conocimientos, sino que debe convertirse en un agente activo de cambio, capaz de ejercer un liderazgo transformador mediante una comunicación ética, empática e inclusiva.
La capacidad de comunicar ideas con claridad y sensibilidad permite a los docentes generar vínculos significativos con los estudiantes, fortalecer la convivencia en el aula y construir comunidades de aprendizaje colaborativo. Esta visión humanista del liderazgo docente reconoce que la educación no solo se transmite por contenidos, sino también por las formas en que se comunica. Así, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace se convierte en un imperativo ético en la formación docente.
Asimismo, un docente que se comunica sin sexismo no solo transmite contenidos académicos, sino que también modela relaciones basadas en la dignidad y la igualdad. Esta práctica, si se incorpora desde la formación inicial, tiene el poder de impactar profundamente en la cultura escolar y en la percepción que los estudiantes construyen sobre sí mismos y los demás.
La tecnología, aunque poderosa, no garantiza inclusión por sí sola: su uso sin una reflexión ética puede perpetuar desigualdades, generar exclusión o desinformación. Por ello, es necesario que los futuros pedagogos no solo dominen las herramientas tecnológicas, sino que desarrollen una mirada crítica sobre su aplicación educativa, promoviendo el uso responsable, creativo y democrático de los recursos digitales.
La comunicación pedagógica debe ir mucho más allá del dominio técnico del lenguaje o de las plataformas. Implica una visión integral que articule la empatía, la inclusión, la ética y la conciencia social. Solo a través de una comunicación crítica, afectiva y transformadora se podrá construir una educación más justa y participativa.
Formar docentes que comuniquen con sentido es formar líderes que enseñan no solo con palabras, sino con ejemplo, sensibilidad y compromiso social. En esta era de hiperconexión e inmediatez, comunicar con propósito se vuelve un acto revolucionario, capaz de generar verdaderas transformaciones en la escuela y en la sociedad.
