Por Redacción
En el kilómetro 27 de la carretera a San Martín de las Pirámides, existe un refugio donde el bullicio de los vendedores de artesanías y el tráfico de la zona arqueológica simplemente desaparecen. Adentro del Club Campestre Teotihuacán, el Restaurante Don José no es solo un lugar para comer; es una pausa necesaria, un «tercer espacio» donde la gastronomía recupera su ritmo natural lejos de la comida rápida para turistas.

Aquí la promesa es disruptiva por su sencillez: Raíz, Fuego y Tierra. No es un eslogan, es la realidad operativa de una cocina que ha decidido volver al origen. Al entrar, lo primero que te golpea –en el buen sentido– es el aroma. No huele a gas, huele a leña, a carbón, a esa «Cocina de Humo» que despierta una memoria genética que todos los mexicanos traemos en el sistema operativo.
La experiencia es un diálogo entre dos mundos que definieron nuestra identidad: la sabiduría indígena del maíz y la sofisticación de las haciendas porfirianas. El menú es un documento histórico que se saborea. Para el desayuno, el Huevo Encamisado es una proeza técnica que tienes que ver para creer: una tortilla hecha al momento que esconde dentro un huevo tierno, bañado en salsa verde con carnitas; un abrazo calórico necesario para empezar el día.

Pero si hablamos de palabras mayores, el Mole de Procesión se lleva las palmas. Olviden los moles dulces y planos; aquí estamos ante una salsa solemne, oscura y compleja construida con 27 ingredientes, servida sobre una costilla de res braseada por seis horas en horno de piedra. La carne se deshace con la mirada y el sabor es un viaje profundo al mestizaje.
El entorno juega un papel crucial. Mientras comes, te vigila el mural «El maíz como el corazón de la comida mexicana» de Eduardo Robledo, una pieza que te recuerda que cada bocado tiene una carga simbólica. Además, Don José se toma en serio lo del «Kilómetro Cero». Cuentan con su propio huerto y granja, garantizando que lo que llega a tu mesa no viajó en congeladores, sino que salió de la tierra teotihuacana esa misma mañana.
Para cerrar con broche de oro, el postre te transporta al 1900: el Marquesote Porfiriano, un bizcocho servido con puré de camote y vainilla de Papantla, que según dicen, era el favorito del General Díaz.
Don José es la opción para el capitalino exigente que busca autenticidad sin sacrificar comodidad. Es un sitio para hacer sobremesa, para entender que la verdadera cocina mexicana requiere paciencia y para reconectar con el Valle de los Dioses desde el paladar, y no solo desde la pirámide.
