
Aunque los gatos suelen tener fama de ser más independientes que los perros, investigaciones recientes demuestran que la conexión entre estos felinos y sus dueños es mucho más profunda de lo que parece. El vínculo está impulsado por la oxitocina, un neurotransmisor asociado al afecto, la confianza y la calma, el mismo que se activa cuando una madre acuna a su hijo o cuando dos amigos se abrazan.
Estudios en Japón y otros países han mostrado que acariciar a un gato aumenta los niveles de oxitocina en las personas, lo que se traduce en reducción del estrés, menor presión arterial e incluso alivio del dolor. El ronroneo, además de calmar al felino, provoca respuestas relajantes en los humanos que lo escuchan.
En un trabajo publicado en febrero de 2025, los investigadores observaron que tanto gatos como dueños registraban picos de oxitocina durante interacciones suaves como abrazos, juegos tranquilos o cuando el animal se acomodaba en el regazo de su humano. Sin embargo, cuando el contacto era forzado, los niveles de esta hormona descendían, sobre todo en gatos con temperamentos más evasivos o ansiosos.
¿Menos cariñosos que los perros?
Es cierto que los perros suelen mostrar respuestas más intensas: un famoso experimento de 2016 reveló que, tras diez minutos de juego, los perros registraron un aumento promedio del 57 % en oxitocina, frente a un 12 % en gatos. Pero los especialistas aclaran que esto no significa que los gatos sean menos afectuosos, sino que su manera de expresar confianza es más sutil y selectiva.
Los felinos no dependen tanto del contacto visual como los perros, pero utilizan otros códigos: el parpadeo lento —conocido como “la sonrisa felina”— y el ronroneo son gestos que, además de transmitir seguridad, fortalecen el lazo químico entre ambos cerebros.
Más que compañía
Cada interacción diaria refuerza la relación humano-gato como un amortiguador emocional. La oxitocina generada en estos encuentros ayuda a combatir la ansiedad y la depresión, otorgando un bienestar comparable al apoyo social humano.
Así, cuando un gato se acerca para acurrucarse o simplemente devuelve un parpadeo lento, no es solo ternura: es química cerebral trabajando para profundizar una amistad entre especies que, aunque distinta a la de los perros, está impulsada por la misma biología del amor.