
Francia sigue conmocionada tras el llamado “robo del siglo”, un audaz asalto que en tan solo seis o siete minutos logró burlar la seguridad del Museo del Louvre y sustraer joyas invaluables pertenecientes a la colección de las joyas de la corona francesa. Cuatro ladrones, que utilizaron una grúa para acceder al recinto y huyeron en motocicletas, llevaron a cabo una operación tan precisa que ha obligado al gobierno francés a reevaluar los protocolos de seguridad en sus instituciones culturales.
Sin embargo, más allá del golpe mediático y el escándalo político, surge una pregunta clave: ¿qué harán los ladrones con las joyas robadas?
Según Christopher Marinello, fundador de Art Recovery International, especializado en la recuperación de arte y objetos culturales robados, las posibilidades de que las piezas vuelvan a aparecer son casi nulas. “No hay manera de que puedan simplemente entregar estas cosas a Sotheby’s o Christie’s”, explicó. “Lo que harán será desmontarlas: abrir las joyas, extraer los diamantes, zafiros y esmeraldas, y llevarlos a lugares como Amberes o Tel Aviv, donde encontrarán un joyero que no haga preguntas. Una vez talladas en piezas más pequeñas, el trabajo estará hecho. Se acabó. Nunca volveremos a ver estas piezas intactas.”
Esta práctica es común en el mercado negro del arte y las antigüedades: desmantelar las piezas para borrar su rastro, alterar las gemas y revenderlas como si fueran nuevas. El proceso implica una pérdida irreversible de valor histórico y cultural, ya que las joyas dejan de existir como objetos únicos y se transforman en simples piedras preciosas sin identidad.
El robo, perpetrado a plena luz del día, ha sido descrito como una operación meticulosamente planeada. “Fue un asalto muy bien ejecutado. La única pista que debería haber despertado sospechas fue que había trabajadores en el museo un domingo a las nueve de la mañana. Nadie trabaja los domingos en París”, comentó un investigador francés.
El ministro de Justicia de Francia calificó el hecho como una “vergüenza nacional”, subrayando la facilidad con la que los delincuentes lograron vulnerar uno de los recintos más protegidos del mundo. La indignación se ha extendido también a otros países, donde la comunidad museística teme que este robo sirva de inspiración para delincuentes locales.
El investigador de crímenes de arte Arthur Brand, conocido por recuperar obras maestras robadas en Europa, advirtió sobre este efecto contagio: “Si se puede robar el Louvre, ¿cómo podemos protegernos nosotros? Los museos más pequeños temen que esto motive a otros a intentarlo en sus propias ciudades”.
Mientras tanto, el Louvre permaneció cerrado tras el incidente, y aunque las autoridades francesas aseguran tener confianza en que los responsables serán capturados, la recuperación de las joyas parece una tarea casi imposible. El robo no solo representa una pérdida material, sino también un golpe simbólico a la herencia cultural francesa y un recordatorio de que, incluso en los templos del arte más vigilados, la codicia humana sigue encontrando grietas por donde escapar.