En un edificio discreto en el corazón de San Francisco, OpenAI impulsa una de las revoluciones tecnológicas más profundas del siglo. De la mano de su directora de tecnología y estrategia, Mira Murati, la empresa detrás de ChatGPT y DALL·E redefine la relación entre humanos y máquinas. En una entrevista reciente, Murati ofreció un recorrido por el laboratorio donde la inteligencia artificial aprende, se cuestiona y también comete errores.
Murati explicó que el lanzamiento de ChatGPT no fue una decisión impulsiva, sino el resultado de meses de debate interno. La compañía decidió liberar el modelo al público cuando comprendió que la retroalimentación real sería clave para perfeccionar su funcionamiento. El resultado fue un fenómeno global: el chatbot se convirtió en la aplicación de más rápido crecimiento en la historia y marcó el inicio de una nueva competencia entre gigantes tecnológicos.
Según la ingeniera, el éxito de ChatGPT no se basó en la magia, sino en el entrenamiento de redes neuronales con enormes cantidades de datos procesados por supercomputadoras. Este proceso, conocido como predicción del “siguiente token”, ha permitido que los modelos aprendan a escribir, programar y mantener conversaciones cada vez más naturales.
Murati reconoció, sin embargo, que el poder de estas herramientas viene acompañado de riesgos, especialmente las llamadas “alucinaciones”, cuando la inteligencia artificial genera información falsa o inventada. “Es fundamental saber que no se puede confiar ciegamente en la respuesta de un modelo”, advirtió. “Su tarea es predecir palabras, no garantizar la verdad”.
Ante los desafíos éticos, Murati insistió en la importancia de distinguir cuándo un contenido proviene de una máquina y cuándo de una persona. Considera que el futuro será híbrido, donde humanos y sistemas de IA colaboren en la creación de conocimiento. No obstante, admitió que es necesario establecer límites, sobre todo para proteger a poblaciones vulnerables, como los niños, de una exposición prematura a tecnologías tan potentes.
Sobre el impacto laboral, la directiva reconoció que la inteligencia artificial transformará el mercado de trabajo. Algunos empleos desaparecerán, otros se adaptarán y surgirán nuevos perfiles, como el de los ingenieros de “prompts”, especialistas en formular instrucciones precisas para obtener resultados útiles y confiables.
En la conversación también participó el inversionista Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn y uno de los primeros en apostar por OpenAI. Hoffman sostuvo que la inteligencia artificial representa el siguiente gran salto después de internet y la telefonía móvil, y anticipó que habrá un “copiloto digital” para cada profesión. A su juicio, el desafío no es frenar el desarrollo, sino hacerlo responsablemente y con beneficios distribuidos.
Murati coincidió en que regular la inteligencia artificial será crucial. Planteó la necesidad de una autoridad independiente que audite los sistemas y certifique su seguridad, de manera similar a cómo la FDA regula los medicamentos en Estados Unidos. Aunque reconoció que el riesgo de una inteligencia artificial fuera de control existe, lo consideró una preocupación más teórica que inmediata.
Con un tono realista, la arquitecta de ChatGPT afirmó que la humanidad está aún lejos de una inteligencia general autónoma, pero se acerca a un punto de inflexión donde los sistemas serán lo suficientemente poderosos como para transformar la educación, el trabajo y la comunicación. En sus palabras, “el tren ya salió de la estación, y lo mejor que podemos hacer es aprender a conducirlo con responsabilidad”.

