
Por Bruno Cortés
Washington D.C., 11 de julio de 2025. La política exterior mexicana volvió a ser protagonista, aunque no precisamente por su brillantez diplomática, sino por el enésimo capítulo de una tragicomedia que mezcla narcos, generales, abogados mediáticos y presidentes con piel delgada. El abogado de Ovidio Guzmán, Jeffrey Lichtman —célebre por defender a celebridades del crimen organizado—, no sólo desestimó las críticas de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre el proceso judicial de su cliente, sino que le dio una lección de realpolitik con sabor a bofetada legal.
Con una voz que no necesitó alzar el tono para ser filosa, Lichtman declaró que la exclusión de México en las negociaciones con su cliente no fue un accidente ni un desdén diplomático, sino un acto lógico: “Estados Unidos no negocia con terroristas”, sentenció, recordando que Ovidio Guzmán tiene oficialmente esa etiqueta. Así, de un plumazo, el defensor justificó la omisión del gobierno mexicano en la mesa de acuerdos judiciales, mientras desmentía las “preocupaciones” de Sheinbaum.
La estocada más profunda vino al desempolvar el caso Salvador Cienfuegos. Lichtman recordó cómo el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador logró la repatriación del general acusado de narcotráfico, solo para absolverlo en tiempo récord y, de paso, acusar a la DEA de inventar casos. “¿Hablan ahora de procesos transparentes?”, ironizó el abogado, echando sal en una herida diplomática que nunca cerró del todo.
Lo que parece una provocación personal tiene en realidad implicaciones más profundas: pone sobre la mesa la fragilidad de la cooperación judicial entre México y Estados Unidos. Mientras un país aplica la ley con contundencia (aunque selectivamente), el otro se reserva el derecho de reinterpretar la justicia según los vientos políticos internos. Y en medio de ambos, los capos del narco, esos que siempre terminan negociando mejores tratos que cualquier ciudadano común.
Ovidio Guzmán, conocido como “El Ratón” e hijo del otrora intocable Joaquín “El Chapo” Guzmán, se declaró hoy culpable de cuatro cargos graves, entre ellos tráfico de drogas y crimen organizado. Lo hizo como parte de un acuerdo que podría suavizar su condena. Pero más allá del guion judicial, lo relevante es que lo hizo sin que México supiera ni en qué idioma se estaba redactando el guion.
La respuesta del gobierno mexicano, encabezado por Sheinbaum, fue calificar como “preocupante” que Estados Unidos no haya informado sobre las negociaciones. Lichtman, hábil polemista, aprovechó la oportunidad para calificar de “absurdas” esas declaraciones y cuestionar el doble discurso de quienes antes jugaron sus propias cartas sin avisar a Washington.
Para los observadores del deterioro institucional, este episodio es revelador: cuando los capos hablan más claro que los gobiernos, es que la diplomacia ya no huele a café, sino a pólvora reciclada. Entre líneas, Lichtman sugirió que los acuerdos legales se hacen con quien tiene poder real, no con quien exige respeto desde un púlpito presidencial.
Mientras tanto, el juicio de Ovidio en EE.UU. continuará, con un abogado que no sólo litiga en tribunales, sino también en los medios y ahora, al parecer, en las relaciones bilaterales. El mensaje es claro: la ley estadounidense no requiere permiso para aplicarse, y México sigue atrapado entre sus propios fantasmas y su diplomacia de ficción.