
Enclavado al sur de Mazatlán, el Cerro del Crestón se impone como uno de los íconos naturales y culturales más importantes del puerto sinaloense. Con una altura de 157 metros sobre el nivel del mar, esta formación rocosa ha sido testigo de siglos de historia, refugio de pueblos originarios, punto estratégico para colonizadores y, hoy, uno de los mejores miradores del Pacífico mexicano. Desde su cima se despliegan las vistas más impactantes de la costa, el centro histórico y el ir y venir de embarcaciones en el puerto.
Mazatlán ha crecido, pero sin perder su esencia. En este destino, la modernidad convive con la historia viva que emana de lugares como el Cerro del Crestón. Recorrer su sendero, bordeado de vegetación tropical y árboles resistentes al calor, es un paseo que no solo recompensa con paisajes, sino también con una experiencia sensorial completa. Palmeras, flores y la brisa marina acompañan a quienes ascienden por el camino hasta el faro, uno de los más altos del mundo.
Allí, en lo alto, se encuentra El Vigía, una escultura de bronce que mira hacia el mar, símbolo del espíritu observador y resiliente de Mazatlán. La panorámica desde esta posición abarca tanto el océano como los contrastes urbanos: las casonas históricas, las callejuelas empedradas, los barcos pesqueros y los rascacielos que dibujan el perfil de una ciudad que no se detiene.
Además del faro, el mirador de cristal se ha vuelto uno de los mayores atractivos. Este punto ofrece una experiencia visual impresionante y, aunque el acceso general al cerro y al faro es gratuito, la entrada al mirador tiene un costo simbólico de 30 pesos. Todo el complejo está abierto al público todos los días de 6:30 a 18:45 horas, siendo el mirador accesible hasta las 17:30.
El Cerro del Crestón no solo es una maravilla natural: es también un espacio cargado de significado para los mazatlecos. Ha inspirado a artistas y poetas, y continúa siendo un punto de encuentro entre lo ancestral y lo contemporáneo. Ya sea que lo visites para caminar al amanecer, disfrutar del atardecer o simplemente contemplar la ciudad desde lo alto, este cerro tiene la capacidad de dejar huella.
Y si bien no se exige una cuota de entrada, hay urnas de donación voluntaria para quienes deseen contribuir al mantenimiento del lugar. Es un gesto que ayuda a conservar este espacio que forma parte del alma de Mazatlán.