
Un equipo de investigadores liderado por la profesora de biología Kristen Prior, de la Universidad de Binghamton, identificó recientemente dos especies de avispas parásitas inéditas en América del Norte. El descubrimiento, publicado en el Journal of Hymenoptera Research, forma parte de un ambicioso proyecto destinado a comprender la diversidad de las avispas de las agallas del roble y los mecanismos que estas desarrollan para defenderse de sus depredadores.
Aunque diminutas —miden entre uno y ocho milímetros— las avispas de las agallas del roble tienen un poderoso efecto sobre su entorno: inducen a las plantas a producir estructuras tumorales conocidas como agallas. Estas formaciones, que van desde el tamaño de la cabeza de un alfiler hasta el de una manzana, presentan gran variedad de formas, algunas con apariencia semejante a la de un erizo de mar.
En América del Norte existen cerca de 90 especies de robles y alrededor de 800 especies de avispas de agallas asociadas. A este entramado se suman las avispas parasitoides, que depositan sus huevos en el interior de las agallas y consumen a las avispas huésped. Las especies recientemente descritas pertenecen a la familia Bootanomyia Girault, hasta ahora registrada en regiones del norte de Europa y Asia. Su detección en Estados Unidos resulta sorprendente y abre la posibilidad de que más especies aún pasen inadvertidas en el continente.
El proyecto recibió un financiamiento de 305,209 dólares de la Fundación Nacional de Ciencias en 2024. Para recolectar datos, el equipo realizó una expedición desde Nueva York hasta Florida, recogiendo agallas, observando la emergencia de parasitoides y aplicando técnicas de secuenciación genética. “Queremos entender cómo las características de las agallas funcionan como defensas frente a los parásitos y cómo eso moldea la evolución tanto de las avispas huésped como de sus depredadores”, explicó Prior.
Los resultados sugieren además que algunas especies parásitas, como Bootanomyia dorsalis, pudieron haber llegado en múltiples oleadas a Estados Unidos. Investigaciones paralelas en la Universidad de Iowa confirmaron su presencia en Nueva York, y los análisis genéticos revelan que las poblaciones de la Costa Este probablemente provienen de Portugal, Irán e Italia, mientras que las de la Costa Oeste se relacionan con ejemplares de España, Hungría e Irán. Esto apunta a al menos dos introducciones independientes, posiblemente facilitadas por la plantación de robles europeos como Quercus robur y Q. cerris o incluso por transporte accidental en vuelos internacionales.
El estudio también resalta el papel ecológico de estos diminutos insectos. “Las avispas parásitas son probablemente el grupo de animales más diverso del planeta y cumplen funciones esenciales en los ecosistemas, actuando como agentes de control biológico que mantienen a raya a otros insectos, incluidas plagas agrícolas y forestales”, concluyó Prior.