
En la Ciudad de México, manejar se ha vuelto un deporte extremo. Lo que antes eran simples baches ahora parecen trampas urbanas: socavones, hundimientos y grietas que aparecen sin aviso y convierten avenidas completas en campos minados. En zonas como Reforma, Viaducto, Tlalpan o Calzada de Guadalupe, los automovilistas esquivan cráteres con la misma destreza con la que se esquiva el tráfico, mientras las redes sociales hierven con videos de autos varados, motociclistas accidentados y peatones sorteando charcos.
El hashtag #BachesCDMX se volvió tendencia esta semana. Vecinos, choferes y ciclistas comparten evidencias del deterioro urbano con fotos que parecen más tomadas en zonas de guerra que en una de las capitales más grandes de América Latina. Los reclamos van desde lo humorístico hasta lo desesperado: “Pago verificación, pago tenencia, pero manejo sobre queso gruyer”, escribió un usuario en X, reflejando la ironía con la que la ciudadanía enfrenta el caos del asfalto.
El problema no es menor. Según datos oficiales, la capital registra miles de reportes mensuales por daños viales, especialmente tras las lluvias de septiembre y octubre. Los hundimientos se deben a fugas subterráneas, drenajes colapsados y el envejecimiento natural del suelo lacustre sobre el que se asienta la metrópoli. Pero para muchos capitalinos, lo que más duele no es el golpe en la suspensión del auto, sino la falta de mantenimiento constante que vuelve a abrir los mismos baches una y otra vez.
Las autoridades capitalinas aseguran que hay cuadrillas activas reparando vialidades principales y que el presupuesto de pavimentación aumentó este año. Sin embargo, la percepción ciudadana va por otro carril. En distintas colonias, vecinos han bloqueado calles o colocado carteles de protesta con mensajes como “Bienvenido a la Luna” o “Adopta un bache”, evidenciando la mezcla de humor y hartazgo que define la relación entre el chilango y su ciudad.
El impacto va más allá del enojo. Los baches y socavones generan accidentes viales que cada año dejan decenas de personas heridas y daños materiales considerables. De acuerdo con reportes de aseguradoras, los siniestros por desperfectos en el pavimento aumentaron más del 20% en el último año. Y, aunque pocas veces ocupan titulares, estos percances suman un costo acumulado que afecta tanto a los ciudadanos como a la economía local.
En medio del descontento, algunos automovilistas han comenzado a proponer boicots simbólicos a la verificación vehicular, argumentando que no se puede exigir mantenimiento automotriz cuando las calles están en ruinas. Aunque la propuesta no ha pasado del terreno digital, evidencia una fractura creciente entre el ciudadano común y la gestión urbana de su entorno.
El tema cobra especial relevancia este mes, cuando la capital se llena de eventos culturales y turísticos como la FIL del Zócalo o el Paseo Nocturno de Día de Muertos. Mientras la ciudad celebra su vitalidad cultural, el contraste con su infraestructura deteriorada se hace evidente. Visitantes y locales caminan entre escenarios, pero también esquivan zanjas, fugas y cortes viales.
Urbanistas y especialistas en movilidad coinciden en que la solución pasa por adoptar modelos de mantenimiento predictivo, basados en tecnología y diagnóstico permanente, y no en reparaciones reactivas. Algunos incluso proponen pavimentos inteligentes y materiales más duraderos que resistan la humedad y el peso del tráfico constante.
La CDMX, orgullosa de su historia y su dinamismo, enfrenta una prueba silenciosa: mantener su infraestructura al ritmo de su crecimiento. Entre el ruido del tráfico y el golpeteo de las llantas, los capitalinos siguen sorteando la ciudad con resignación y humor, como si cada bache fuera una metáfora del país: profundo, recurrente y todavía esperando reparación.