Por Betzabel Robles de Linares
En el bar, la mira… y tú la miras. Ella aguanta un chispón más de lo normal. Si aguantas el tiro de mirada sin desviar, pasaste la primera prueba. Pero si te achicopalas y volteas, amigo, te acaban de tachar de la lista. Así de sencillo y de salvaje empieza el baile de la atracción, según le contó al Roca Project la antropóloga Izanami Martínez.
Resulta que andamos cargando un chingo de información en el olfato sin saberlo. Las feromonas, que son como nuestros mensajes de WhatsApp químicos e inodoros, le avisan al cerebro si alguien es nuestro match inmunológico. ¿La meta? Que si se arma el romance, los chamacos salgan más sanos y con mejores defensas. Todo está pensado pa’ la reproducción, aunque uno ni en eso esté pensando.
Aquí está el dato que le va a doler a más de uno: cuando una morra está ovulando (y ni ella misma se da cuenta), se vuelve un imán andante. Los vatos a su alrededor producen más testosterona al tiro, y las otras mujeres se ponen más celosas con sus parejas. Es la naturaleza haciendo de las suyas, pa’ que no nos hagamos.
Y ojo con el enamoramiento, que nos hace sentir que flotamos. La experta le bajó al drama y lo comparó con andar drogado: es un cóctel de hormonas que nos pone obsesivos, igualito que un vicio. Este “subidón” puede durar hasta cuatro años, el tiempo justo que, en teoría, se necesita para criar a un crío en sus primeros añitos.
En estos tiempos donde todo es “poliamor” y “libertad”, la antropóloga suelta la bomba: nuestro diseño biológico tira más pa’ la monogamia. Esa ovulación escondida hace que el vato tenga que andar detrás de la misma mujer, lo que fortalece el vínculo con cada intento. Y cuando hay respeto y cariño en el acto íntimo, hasta los espermatozoides salen con más ganas.
Pero no se espanten, que no todo está escrito. Después de que se baja el rush hormonal del enamoramiento, es cuando viene el amor de a de veras: el que se construye día a día con paciencia, con cariño y hasta aguantando que el otro deje la tapa del baño levantada. Eso ya no es pura química, es decisión.
Así que ya sabe, la próxima vez que sienta ese clavado en el estómago cuando alguien lo ve, acuérdese que no es el destino… son las feromonas y un chingo de hormonas haciendo su trabajo.

