
Por Lalis de la Torre
En el corazón de las redes sociales actuales, algo curioso sucede: la comida ya no solo se come, también se viste y decora. Desde X hasta TikTok, proliferan ideas donde un delantal bordado se lleva como prenda urbana, charms de frutas cuelgan en cadenas y moldes de mochi inspiran la paleta de colores de espacios interiores. Esa fusión entre gastronomía, moda y decoración define el nuevo movimiento que algunos llaman “foodie fashion”.
La lógica es tan simple como potente: la comida, cargada de simbolismos afectivos y sensoriales, se transforma en signo de estatus creativo. No basta con publicar un platillo bonito; es poner ese platillo en la narrativa visual de tu vida: en tu sala, en tu outfit, en tus accesorios. Eso explica por qué delantales con bordados divertidos o collares con charms de frutas circulan ya como piezas de moda urbana.
Las raíces del fenómeno no nacen hoy. Durante varias temporadas diseñadores han explorado estampados de frutas, vegetales y motivos de alimentos en textiles y papelería. En 2025 esa exploración se convierte cúspide: ya no es solo impresión gráfica, es parte funcional del objeto, parte del relato que asumes como persona. Por ejemplo, los patrones que recuerdan donas, pan dulce o mochi aparecen en cojines, manteles, papeles tapiz y hasta en piezas de cerámica —una narrativa estética comestible.
Desde la perspectiva de moda, la tendencia coincide con lo que algunas publicaciones identifican como “ingredientes estéticos”: pickles, cherries, alimentos fermentados están inspirando no solo sabores, sino paletas cromáticas y diseños. Esa línea convierte alimentos en iconos visuales, no solo en sustancia comible. Las marcas high-fashion han empezado a explorar esa intersección, dibujando líneas entre lo utilitario y lo simbólico.
En interiores, el efecto se nota: piezas decorativas con formas de piezas de fruta, lámparas con réplicas de alimentos, textiles estampados de motivos comestibles. Este estilo rompe la separación tradicional entre cocina y resto del hogar: la gastronomía se expande como concepto, entra en salas, recámaras y accesorios. Así, ver una guanábana decorativa no se ve fuera de lugar en la consola del recibidor.
Una parte importante de la viralización radica en la cultura DIY (hazlo tú mismo). Los usuarios comparten cómo convertir botones en charms de sandía, cómo tejer pequeños mochi de fieltro como colgante o coser delantales personalizados. Este componente casero refuerza la conexión emocional con lo comestible: es tu estilo, tu sabor convertido en objeto.
En la CDMX y otras ciudades mexicanas también se ha visto este cruce: cafés que venden delantales decorados a la par que hojuelas de cacao, talleres donde aprendes a crear charms comestibles, ambientaciones decorativas con réplicas comestibles en vitrinas de diseño. Lo culinario ya camina fuera de la cocina.
¿Qué considerar si uno quiere entrarle a esta tendencia sin caer en lo kitsch? Primero: la coherencia. Que el accesorio “foodie” dialogue con tu paleta general. Segundo: el equilibrio entre lo divertido y lo sobrio: un charm discreto, un estampado insinuado, no todo el cuerpo lanzado de golpe. Tercero: el contexto: tiene más sentido si tu perfil estético o tu entorno lo permiten. Finalmente, el cuidado del material: que esas piezas aguanten uso real, no solo lucir.
Al final, lo que impulsa esta moda-deco-comida es una necesidad simbólica. Queremos que lo que comemos trascienda al resto de nuestra vida visual. Que nuestras elecciones gastronómicas formen parte de nuestra identidad estética. Que el mochi deje de ser solo postre y se vuelva motivo, pigmento, textura y símbolo visible en espacios y atuendos.