
Por Bruno Cortés
Por años, las remesas fueron la red de seguridad más confiable para millones de hogares mexicanos. Un salvavidas en forma de dólar, enviado con esfuerzo desde el otro lado de la frontera. Pero en abril de 2025, ese salvavidas se hizo más delgado: los envíos de dinero desde Estados Unidos a México cayeron un 12.1 % respecto al mismo mes del año anterior. Se trata de la contracción más severa desde septiembre de 2012, según cifras oficiales del Banco de México.
El golpe no fue solo en volumen. También el número de operaciones cayó un 8.1 % y el monto promedio por envío bajó 4.4 %. Es decir: menos dinero, menos envíos, menos alivio. La explicación no se encuentra en un solo rincón, sino en una tormenta perfecta: endurecimiento de políticas migratorias en Estados Unidos, inflación persistente, amenazas de nuevos impuestos a las remesas y un mercado laboral menos generoso para los trabajadores indocumentados.
La lectura positiva —porque hasta en las malas noticias hay algo que aprender— es que este sacudón está obligando a mirar con más seriedad una vieja deuda pendiente: la diversificación del ingreso familiar en México. Durante décadas, la economía informal y los dólares que cruzaban la frontera eran el sustento invisible de regiones enteras. Hoy, con los flujos migratorios bajo presión, el país se enfrenta a la oportunidad de fortalecer su base económica interna.
En mayo, la caída se moderó a un 4.6 %, con un ligero repunte en el monto promedio por transacción, que alcanzó los 385 dólares. Pero el acumulado enero-abril es contundente: los 19 mil 15 millones de dólares enviados en ese periodo representan una reducción del 2.5 % respecto al año anterior. Para un país donde las remesas significan casi el 4 % del PIB, es una señal que no puede ignorarse.
Mientras tanto, desde Washington, políticos republicanos insisten en gravar con un impuesto del 3.5 % —reducido más tarde al 1 %— los envíos de dinero de migrantes hacia sus países de origen. La medida, con tintes xenofóbicos y afán recaudatorio, no solo busca financiar el control migratorio, sino sembrar miedo entre quienes cada semana hacen fila en Western Union con la esperanza de ayudar a sus familias. El mensaje es claro: si eres pobre y migrante, también eres negocio.
En México, las reacciones han sido tibias. Hay quienes aplauden la estabilidad del tipo de cambio y los niveles récord de remesas en 2024, como si la historia no pudiera cambiar. Pero la realidad ya golpea con fuerza. Las casas de adobe y block levantadas con dólares del norte, los techos de lámina que se convirtieron en concreto y los niños que pudieron estudiar gracias a ese ingreso extra, hoy enfrentan un futuro incierto.
Sin embargo, este tropiezo puede ser también el impulso para pensar en políticas públicas de verdad. No discursos. No simulaciones. Programas que fortalezcan la economía local, incentiven el ahorro productivo de las remesas y generen oportunidades reales para que la migración sea una opción y no una necesidad. Porque si algo han demostrado los migrantes mexicanos, es que no importa cuán adverso sea el panorama: ellos no fallan. El sistema, en cambio, sí.
En un país donde la pobreza se mide en pesos y la esperanza se mide en dólares, la caída de las remesas no es una cifra más. Es un espejo incómodo que nos recuerda que la dependencia también tiene límites. Y que si seguimos confiando en que el país se sostenga con lo que mandan los que se fueron, no solo estaremos condenando a la resignación a los que se quedan, sino hipotecando el futuro de todos.