
El calabacín, también conocido como calabacita, es mucho más que un ingrediente versátil en la cocina: se trata de un verdadero superalimento con múltiples beneficios respaldados por la ciencia. Perteneciente a la familia de las cucurbitáceas —junto con los pepinos, melones y calabazas—, este vegetal concentra una combinación única de vitaminas, minerales y compuestos antioxidantes que lo convierten en un aliado indispensable para la salud.
De acuerdo con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, el calabacín aporta minerales esenciales como calcio, hierro, magnesio, fósforo, potasio, sodio, zinc, cobre y manganeso, además de vitaminas A, C, K, B6, tiamina y folato. Pero lo que lo hace especial son sus altos niveles de betacaroteno, luteína y zeaxantina, carotenoides que protegen las células frente al daño de los radicales libres y fortalecen la función inmunitaria.
Estos mismos compuestos, responsables del color verde brillante de su piel, tienen un papel fundamental en la salud ocular. Según investigadores como Taylor Wallace, científico de alimentos y profesor clínico adjunto de la Universidad George Washington, la luteína y la zeaxantina se acumulan en la mácula del ojo, donde ayudan a prevenir la degeneración macular relacionada con la edad, una de las principales causas de ceguera en adultos mayores.
El calabacín también destaca por su aporte de agua: alrededor del 95% de su composición. Esta característica lo convierte en un alimento de baja densidad calórica, ideal para quienes buscan controlar su peso, ya que favorece la sensación de saciedad sin aportar un exceso de calorías, azúcares ni grasas. Diversos estudios sugieren que este tipo de alimentos ricos en agua ayudan a reducir el riesgo de enfermedades crónicas como la obesidad y la diabetes.
En la medicina tradicional, el calabacín ha sido valorado por sus propiedades antiinflamatorias, antivirales y antimicrobianas. Además, su consumo regular puede contribuir a reducir la inflamación en el organismo y mejorar la salud metabólica.
En cuanto a su preparación, es un ingrediente muy versátil: puede disfrutarse crudo en ensaladas o como botana, salteado con jitomate y cebolla al estilo mexicano, a la parrilla, en puré, en espiral como sustituto de pasta o acompañado de carnes y otras verduras. Eso sí, los expertos recomiendan no pelar la piel verde, ya que ahí se concentra gran parte de los nutrientes. Asimismo, como la luteína y la zeaxantina son liposolubles, su absorción mejora al combinarse con una pequeña cantidad de aceite de oliva.
Una taza de calabacín aporta alrededor del 17% de la ingesta diaria recomendada de luteína y zeaxantina, lo que lo convierte en un refuerzo natural para la vista y la salud general. Y más allá de sus aportes físicos, su ligereza y facilidad de digestión también influyen en el estado de ánimo, al brindar saciedad sin pesadez ni culpa.
El calabacín, originado en América y perfeccionado en Italia a principios del siglo XIX, sigue conquistando mesas en todo el mundo. Incorporarlo de manera frecuente a la dieta es una decisión sencilla que puede marcar una gran diferencia para tu bienestar.