
En una era dominada por notificaciones constantes, algoritmos que atrapan la atención y redes sociales que exigen presencia permanente, un movimiento emergente en Europa está ganando fuerza con una propuesta radicalmente simple: apagar el celular y reconectar con la vida real. Se trata de The Offline Club, una iniciativa nacida en Ámsterdam de la mano de tres jóvenes —Jordy, Ilya y Valentijn— que decidieron crear espacios donde el uso de teléfonos móviles y laptops está estrictamente prohibido.
Lo que comenzó como una pequeña reunión en Países Bajos se ha convertido en un fenómeno cultural que convoca a miles de personas en ciudades como Londres, París, Milán y Copenhague. El objetivo no es desaparecer del entorno digital ni demonizar la tecnología, sino recuperar momentos y lugares donde sea posible estar realmente presente. En estos encuentros, los participantes se dedican a leer, conversar, pintar, tejer o simplemente descansar, sin la interrupción de alertas o mensajes. La propuesta busca recordar cómo era interactuar sin pantallas, cuando el tiempo compartido no necesitaba ser documentado ni validado en línea.
La paradoja del proyecto es evidente: su principal medio de difusión es Instagram, donde acumulan más de 530.000 seguidores. Sin embargo, sus fundadores no ocultan esta contradicción; más bien, la aceptan como parte de su estrategia para llegar a quienes más necesitan este mensaje. Su propósito declarado es “devolver la humanidad a una sociedad aislada y obsesionada con las pantallas”.
Lejos de ser una moda pasajera o un gesto de nostalgia, el movimiento refleja una inquietud real entre los jóvenes. Un estudio del British Standards Institution reveló que el 70% de las personas entre 16 y 21 años se siente peor después de pasar tiempo en redes sociales. De hecho, casi la mitad afirma que habría preferido crecer en un mundo sin internet. En esa misma línea, más del 50% apoyaría la implementación de un “toque de queda digital” que limite el acceso a aplicaciones después de las diez de la noche.
Estos datos no son aislados. En Estados Unidos, una encuesta reciente de Harris Polls mostró que un número creciente de adolescentes desearía que plataformas como Instagram, TikTok o X nunca hubieran existido. La razón es clara: muchos de ellos no logran establecer una relación saludable con sus dispositivos, a pesar de haber crecido con ellos.
Algunas respuestas institucionales ya comienzan a surgir. Australia elevó a 16 años la edad mínima para acceder a redes sociales, mientras que Noruega y Reino Unido analizan medidas similares. Dinamarca, por su parte, ha comenzado a limitar el uso de dispositivos móviles en escuelas. Sin embargo, iniciativas como The Offline Club no esperan a que la política reaccione. Su enfoque es inmediato, comunitario y profundamente humano: ofrecer un espacio libre de pantallas donde las personas puedan simplemente ser.
En una reunión reciente en Londres, más de mil personas participaron simultáneamente en una jornada de desconexión. No hubo discursos ni espectáculos, solo un ambiente tranquilo donde leer, hacer manualidades o tomar un té se convirtieron en actos subversivos frente a la cultura de la hiperconectividad. No se trató de una protesta, sino de una afirmación: aún es posible vivir sin la mediación constante de una pantalla.
The Offline Club no busca abolir la tecnología, sino replantear nuestra relación con ella. En un mundo donde el silencio se ha vuelto un lujo, desconectarse —aunque sea por unas horas— se convierte en un acto de autocuidado, un gesto de resistencia emocional y una forma concreta de recuperar el tiempo perdido. Porque a veces, lo más revolucionario que podemos hacer es simplemente apagar el teléfono.