
La mañana del 10 de septiembre de 2025 en Iztapalapa se partió en dos con un estruendo que sacudió hasta los cimientos de las viviendas. Una pipa cargada con 49,500 litros de gas LP volcó y explotó bajo el Puente de la Concordia, un crucial nodo vial del oriente de la Ciudad de México. El caos, el humo y las llamas se adueñaron de la escena, pero en medio del horror, surgió de inmediato una red espontánea de solidaridad vecinal que se convertiría en el primer y más crucial equipo de emergencia.
Isaac, un habitante de la colonia Lomas de Zaragoza, relata que el impacto visual al salir de su casa fue devastador. “Había mucha gente quemada, niños quemados… todo fue muy terrible”, describe. La onda expansiva no solo alcanzó a los vehículos en circulación, sino también a transeúntes que esperaban el transporte público en las inmediaciones. Doña Silvia, una mujer de la tercera edad, auxilió de inmediato a tres mujeres que habían resultado con quemaduras en varias partes del cuerpo. “Las personas que esperaban el camión indicaron que se quemaron. A ellas se las llevaron al hospital… sus cosas quedaron ahí tiradas, esperamos a sus familiares a que vengan por ellas”, narró conmovida. Para ella, la magnitud de la explosión solo puede compararse con “el infierno mismo”.
Pero la ayuda no se limitó a los primeros auxilios. Marco Antonio escuchó el estruendo mientras veía una película en su casa. Tras subir a su azotea y ver la columna de humo, supo que debía actuar. “Me moví para poder ayudar… hacían falta manos”, afirmó. Corrió hacia la zona conocida como “la Y”, donde camiones, motos y automóviles estaban envueltos en llamas y el peligro de una nueva explosión era latente. Sin pensarlo dos veces, se incorporó a las labiores para ofrecer su ayuda a los equipos de emergencia que comenzaban a llegar. “Yo soy de los que presta la mano para lo que se ofrezca”, declaró.
Fue así como decenas de vecinos, ante la desesperación y la lentitud inicial de la respuesta formal, improvisaron sus propias herramientas. Sacaron cubetas, tambos y cualquier recipiente a su alcance para transportar agua de sus casas. Al ver que el líquido no era suficiente, otros comenzaron a raspar la tierra de los jardines y camellones cercanos con sus propias manos. Al no tener palas, utilizaron sus playeras y chamarras como improvisadas bolsas para transportar la tierra y arrojarla sobre las llamas, en un esfuerzo colectivo por sofocar el fuego que amenazaba con consumirlo todo.
Mientras las ambulancias trasladaban a las 57 personas lesionadas —19 de ellas en estado muy grave, incluidos varios menores y bebés con quemaduras de segundo y tercer grado—, la solidaridad ya había tomado otra forma. En el Hospital Emiliano Zapata, donde fueron llevados nueve de los heridos, los vecinos se organizaron de manera espontánea para recolectar y donar víveres, agua y comida para los familiares que aguardaban noticias en angustia. La tragedia del Puente de la Concordia dejó una estela de dolor, pero también un poderoso testimonio de humanidad y comunidad, demostrando que en los momentos más oscuros, la luz la encienden quienes deciden echar la mano sin pedir nada a cambio.
Con información de N+