
La cocina mexicana es reconocida a nivel internacional por su diversidad y riqueza cultural. Dentro de esa enorme tradición destaca el pambazo poblano, un platillo que combina historia, leyenda y sabor en cada bocado.
El pambazo no es solo un antojito callejero, es un símbolo de la gastronomía popular mexicana. Su nombre proviene del pan bazo, una hogaza española elaborada con harina blanca y sal que llegó a México durante la Colonia. Con el tiempo, esta base se transformó hasta dar origen al pambazo que hoy conocemos.
Su origen exacto sigue siendo tema de debate. Algunos lo ubican en conventos novohispanos del siglo XVI, otros en Veracruz —especialmente en Orizaba—, y también circula la leyenda de que un cocinero francés de la corte de Maximiliano de Habsburgo lo creó a petición de la emperatriz Carlota, inspirándose en el Pico de Orizaba y sus glaciares blancos.
¿Cómo se prepara?
La versión más tradicional se elabora con pan remojado en salsa de chile guajillo, dorado en comal y relleno con chorizo, papa, crema, queso y lechuga. Sin embargo, como todo clásico de la cocina mexicana, existen múltiples variantes.
En la Ciudad de México, suele servirse relleno de papa con chorizo y acompañado de crema, lechuga y queso fresco. En Veracruz, se conserva la tradición del pan horneado con ingredientes locales, mientras que en Jalisco algunos lo comparan con la célebre torta ahogada, por la manera en que ambos panes se bañan en salsa roja.
Un antojito que trasciende
Más allá de su receta, el pambazo refleja el mestizaje culinario de México. Es herencia de influencias prehispánicas, españolas, árabes y francesas, pero con un sello muy mexicano: la creatividad para transformar lo sencillo en un manjar.
Su presencia en fondas, mercados, puestos callejeros y restaurantes lo ha consolidado como uno de los antojitos más queridos, y como un referente de la gastronomía poblana y nacional.
Quien lo prueba, entiende por qué el pambazo es más que un emparedado con salsa: es un bocado de historia que ha viajado de los conventos y palacios hasta las calles y plazas de México, donde se mantiene vivo como parte de la identidad cultural.