El tráfico, las distancias y el transporte saturado no solo afectan el tiempo libre de los capitalinos: también impactan su salud física, emocional y productividad.
En la Ciudad de México, moverse puede ser una prueba de resistencia. Con trayectos que, en promedio, superan las dos horas diarias, la capital se ubica entre las urbes con los peores tiempos de desplazamiento del mundo, según el Índice de Tráfico de TomTom. Lo que a primera vista parece un simple inconveniente cotidiano, se ha convertido en un problema de salud pública que deteriora la calidad de vida de millones de personas.
La carga emocional del transporte cotidiano
El estrés derivado de los largos desplazamientos tiene efectos profundos. Diversos estudios del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han demostrado que viajar más de 90 minutos diarios incrementa los niveles de ansiedad, irritabilidad y fatiga mental. La exposición constante al ruido, la contaminación y la sobrepoblación en el transporte público genera un agotamiento crónico que repercute directamente en la salud emocional.
En la CDMX, el 43% de los trabajadores dedica más de dos horas al día a trasladarse, y un 20% supera las tres. Esto significa que, al cabo de un año, algunos habitantes pasan más de 30 días completos dentro del transporte. Ese tiempo, perdido entre embotellamientos o esperas en estaciones, afecta no solo el descanso, sino también las relaciones familiares y sociales.
Impacto físico: del sedentarismo a enfermedades crónicas
La falta de tiempo derivada de los largos trayectos limita las horas de sueño, ejercicio y alimentación saludable. Un estudio de la UNAM advierte que las personas que pasan más de 10 horas semanales en transporte motorizado tienen mayor riesgo de padecer obesidad, hipertensión y trastornos del sueño.
La exposición prolongada a contaminantes atmosféricos —como las partículas PM2.5 generadas por el tráfico— agrava las enfermedades respiratorias y cardiovasculares. La combinación de estrés, inactividad y mala calidad del aire convierte la movilidad deficiente en un factor silencioso de deterioro físico.
Productividad y desigualdad urbana
El tiempo perdido en traslados también tiene un costo económico. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) estima que la congestión vehicular en el Valle de México genera pérdidas de hasta 94 mil millones de pesos anuales por horas de trabajo no aprovechadas, consumo de combustible y daños ambientales.
Pero el problema no se distribuye de forma equitativa. Las personas que viven en la periferia —Iztapalapa, Ecatepec, Chalco o Nezahualcóyotl— son quienes más tiempo invierten para llegar a sus empleos. Mientras que un residente del centro puede tardar 40 minutos, alguien de la zona conurbada puede dedicar hasta tres horas diarias en transporte. Esta brecha refuerza la desigualdad territorial, pues quienes menos ingresos tienen gastan más tiempo y dinero en moverse.
Hacia una movilidad centrada en las personas
La mejora de la calidad de vida urbana pasa por repensar la movilidad desde una perspectiva humana. Iniciativas como el Cablebús, el Trolebús Elevado o la expansión de la red de ciclovías han comenzado a reducir tiempos de traslado en algunas zonas, pero el desafío requiere una estrategia integral:
- Acercar la vivienda al empleo, mediante políticas de desarrollo urbano mixto.
- Fomentar el trabajo remoto o híbrido, que ya ha mostrado reducir la congestión hasta en un 20%.
- Impulsar medios de transporte sostenibles y eficientes, con conexiones más cortas y seguras.
- Crear espacios públicos de calidad que incentiven caminar o usar la bicicleta.
El objetivo no debe ser solo mover a más personas más rápido, sino mejorar su bienestar diario. Cada minuto ahorrado en traslado puede transformarse en descanso, convivencia o productividad.
Recuperar el tiempo, recuperar la vida
La movilidad en la CDMX refleja el pulso de una ciudad que nunca se detiene, pero a costa de la salud de quienes la habitan. Lograr que moverse no signifique agotarse es uno de los grandes retos urbanos del siglo XXI.
Si la capital consigue diseñar un sistema que privilegie el transporte público limpio, la cercanía y la equidad territorial, podría convertir el tiempo perdido en tiempo ganado. Y con ello, avanzar hacia una metrópoli más humana, saludable y sostenible.
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