
Hace cuatro décadas, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y su comunidad marcaron un antes y un después en la historia del país con su respuesta tras el devastador terremoto del 19 de septiembre de 1985. Entre brigadas de rescate, atención médica, apoyo psicológico e investigaciones científicas, la Máxima Casa de Estudios se convirtió en un eje fundamental de ayuda y conocimiento frente a la tragedia.
Bajo el liderazgo del entonces rector Jorge Carpizo MacGregor, miles de universitarios —académicos, investigadores, estudiantes y trabajadores— salieron a las calles a evaluar daños, rescatar sobrevivientes, brindar alimentos y servicios sanitarios, además de atender a heridos y damnificados.
La solidaridad hecha ciencia y humanidad
Benjamín Domínguez Trejo, profesor de la Facultad de Psicología, recuerda cómo en los primeros días él y sus colegas prácticamente “dormían en la Facultad” para atender a la población con herramientas improvisadas. Entre sus aportes, diseñaron una tarjeta con un termómetro de cristal líquido termo-reactivo que permitía medir niveles de estrés en damnificados.
“Descubrimos que siete de cada diez personas mostraban resiliencia, mientras que tres requerían atención psicológica inmediata”, señala Domínguez, quien destaca que estas experiencias sentaron bases para el estudio del síndrome de estrés postraumático en México.
Ingeniería frente a la tragedia
El exdirector del Instituto de Ingeniería, Sergio Alcocer Martínez de Castro, recuerda cómo estudiantes e investigadores se integraron en brigadas para revisar edificios dañados. Junto con expertos internacionales, los universitarios comenzaron a recopilar información vital que derivó en la creación del Comité Asesor en Seguridad Estructural, encabezado por Luis Esteva Maraboto y Roberto Melli Piralla.
De estas sesiones surgieron las primeras normas de emergencia en construcción, base de las reformas que años más tarde transformarían los reglamentos estructurales en México. “Fue un evento que nos tomó desprevenidos, pero también abrió la puerta a proyectos internacionales y al fortalecimiento de la investigación en sismos”, subraya Alcocer.
La sismología, un parteaguas
Para el investigador emérito Sri Krishna Singh, del Instituto de Geofísica, el terremoto de 1985 significó un punto de inflexión en la sismología mexicana. “No teníamos datos digitales ni equipos modernos; era una sensación de impotencia. Pero desde entonces se multiplicó la red de instrumentos, la inversión en investigación y la formación de especialistas”, relata.
El evento, añade, impulsó la creación de una comunidad científica más robusta, la colaboración internacional y la consolidación del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED).
Una herencia de resiliencia
A 40 años, la memoria de la participación de la UNAM en los sismos de 1985 no solo recuerda la solidaridad espontánea de la sociedad, sino también el impulso que detonó en la ciencia, la psicología, la ingeniería y la prevención de desastres en México.
La tragedia evidenció las carencias de aquel entonces, pero también despertó vocaciones y cimentó las bases para que el país avanzara en el entendimiento y preparación frente a fenómenos naturales que siguen marcando su historia.