
En la era del wellness inflacionario, donde los influencers se han convertido en los nuevos sumos sacerdotes de la salud, emerge una verdad incómoda: muchas tendencias promocionadas como revolucionarias carecen de evidencia científica y pueden resultar peligrosas. La Universidad de Harvard y la Asociación Médica Americana alertan sobre el auge de prácticas sin supervisión que, lejos de generar beneficios, están saturando las consultas de nutricionistas y gastroenterólogos con pacientes afectados por «hábitos saludables».
Los jugos detox de tres días -esa versión líquida del pecado original que promete limpiar hasta los pensamientos impuros- constituyen quizás el engaño más lucrativo. La British Dietetic Association los clasifica como «inútiles y potencialmente dañinos»: el hígado humano ya realiza detoxificación naturalmente, y estas curas pueden causar hipoglucemia, deficiencias nutricionales y alterar el microbioma intestinal. El sonido de la licuadora preparando el quinto zumo verde del día esconde la ausencia de fibra y el exceso de fructosa que impacta como una montaña rusa en el páncreas.
Los retos virales de TikTok, donde adolescentes siguen rutinas de ejercicio diseñadas por influencers, han aumentado las lesiones musculares en un 300% según traumatólogos del Hospital Mount Sinai. El espectáculo de jóvenes imitando contorsiones profesionales sin preparación previa -todo grabado para likes- representa la culminación de una cultura que valora más la apariencia que la salud real. Los crujidos articulares que no deberían oírse se convierten en la banda sonora de esta peligrosa moda.
Las dietas de ayuno intermitente extremo (menos de 800 calorías en días alternos) son otra tendencia preocupante. Endocrinólogos de la Clínica Mayo advierten que pueden desencadenar trastornos alimentarios, pérdida muscular y alteraciones hormonales. La ironía es amarga: mientras las redes sociales glorifican el «hambre voluntaria», 800 millones de personas sufren hambre involuntaria -un contraste que revela la profunda desconexión de esta moda con la realidad fisiológica y social.
Los suplementos «quemagrasas» no regulados completan este cuadro alarmante. La FDA reporta un aumento del 400% en eventos adversos por suplementos dietéticos entre 2020-2023, incluyendo toxicidad hepática y arritmias cardíacas. El ritual de tragar cápsulas de colores brillantes -esa farmacopea del deseo- resulta ser con frecuencia un cóctel de estimulantes no declarados que comprometen la salud mientras vacían los bolsillos.
Frente a este panorama, nutricionistas certificados proponen un regreso a lo básico: alimentación balanceada con productos frescos, ejercicio progresivo supervisado por profesionales y sueño de calidad. La verdadera revolución saludable, según la OMS, no viene en forma de píldora milagrosa ni de reto viral, sino mediante hábitos aburridamente consistentes y científicamente respaldados -el mismo consejo de siempre que, curiosamente, nunca genera likes masivos pero sí resultados duraderos.
En un giro final cargado de humor negro, resulta que la práctica más radicalmente saludable podría ser simplemente ignorar las tendencias y escuchar al cuerpo -un acto tan revolucionario en la era del capitalismo wellness que casi debería considerarse resistencia política. La ciencia, como siempre, tenía la razón: la salud no se compra, se construye con paciencia y sentido común.