
El estruendo ensordecedor que sacudió la Calzada Zaragoza a las 16:23 horas del 10 de septiembre marcó el inicio de una de las emergencias más complejas que ha enfrentado la Ciudad de México en 2025. Una pipa de gas LP tipo «salchicha» con capacidad para 49,500 litros se volcó al caer del Puente de la Concordia, desatando una cadena de explosiones que iluminó el cielo con llamas de decenas de metros de altura y una nube blanca de gas que visible desde kilómetros de distancia.
Testigos presenciales describen escenas de caos controlado: conductores abandonando vehículos mientras el fuego se propagaba entre 18 automóviles afectados, padres protegiendo a niños del intenso calor radiante, y vecinos de colonias aledañas como Lomas de Iztapalapa evacuando preventivamente mientras el crepitar de las llamas se mezclaba con las sirenas de unidades de emergencia. El olor penetrante a gas propano se mantenía en el aire, mezclado con el humo negro de llantas y combustibles quemándose.
La respuesta coordinada de autoridades demostró aprendizajes cruciales de emergencias pasadas. Bomberos de la CDMX trabajaron con precisión quirúrgica para controlar la fuga residual mientras paramédicos atendían a víctimas con quemaduras en plena vía pública. El sonido de helicópteros Cóndor evacuando a los heridos más graves -5 en total- hacia hospitales especializados se convirtió en el sonido de la esperanza para quienes presenciaban la escena.
La infraestructura hospitalaria respondió con eficiencia notable: 57 heridos distribuidos estratégicamente entre 7 centros médicos, con el Hospital Juan Ramón de la Fuente y el IMSS Los Reyes La Paz absorbiendo la mayor carga. Médicos reportan que aunque 19 pacientes presentan quemaduras graves, ninguno se encuentra en riesgo vital gracias a la velocidad de la respuesta.
El humor negro emerge inevitablemente al constatar que este accidente ocurre en una zona donde las gaseras operan con impunidad histórica, yet la respuesta oficial muestra una madurez institucional que contrasta con la negligencia regulatoria de años anteriores. La paradoja es amarga: mejoramos en apagar incendios pero no en prevenirlos.
La Jefa de Gobierno, Clara Brugada, llegó personalmente al lugar para coordinar las operaciones, demostrando una capacidad de gestión de crisis que podría establecer nuevos estándares para administraciones futuras. Mientras supervisaba las labores, las llamas reflejaban en su rostro la gravedad de una situación que, milagrosamente, no cobró vidas humanas.
La lección que emerge de las cenizas es clara: la verdadera resiliencia urbana no se mide por la ausencia de crisis, sino por la capacidad de respuesta cuando éstas ocurren. Hoy, Ciudad de México demostró que ha aprendido a sangrar sin desangrarse, a quemarse sin consumirse -un progreso doloroso pero tangible en la construcción de una metropolis que sigue aprendiendo de sus propias cicatrices.