Los Demonios del Poder
Por Carlos Lara Moreno
El miedo.
En política, el miedo suele anunciarse antes que cualquier discurso. Esta vez no fue la excepción. La Marcha y Mitin de Respaldo a Claudia Sheinbaum, envuelta en una narrativa de “unidad” y “continuidad”, terminó revelando un trasfondo más inquietante: el creciente temor dentro de la Presidencia y del movimiento que sostiene a la llamada Cuarta Transformación. Temor a un descontento social que ya no se puede maquillar, temor a que la realidad termine por desmentir el relato del cambio histórico que llevan proclamando siete años.
Porque, más allá de la multitud reunida —convocada con la misma maquinaria que el viejo sistema utilizó siempre— la pregunta central persiste: ¿era realmente necesario invertir miles de millones de pesos del erario en una demostración de fuerza política? ¿O esta ostentación fue, en realidad, un mensaje interno, un intento de reafirmar liderazgo ante un movimiento que empieza a fracturarse y una sociedad que comienza a exigir explicaciones?
El desgaste detrás del espectáculo
Los discursos, banderas y consignas no logran ocultar que el país carga con heridas profundas. La desaparición de miles de personas sigue siendo una tragedia sin respuesta clara. El gobierno presume cercanía con las víctimas mientras los colectivos continúan excavando con sus propias manos, como si el Estado hubiese renunciado a encontrarlas.
A esto se suma la falta de medicamentos que, lejos de resolverse, se volvió un recordatorio diario de que las promesas administrativas no son políticas públicas. Los pacientes con cáncer, enfermedades crónicas o condiciones raras viven suspendidos entre comunicados oficiales y farmacias vacías.
En el terreno democrático, instituciones que tomaron décadas construir fueron debilitadas o absorbidas bajo el argumento de que todo lo anterior era parte del “viejo régimen”. El resultado: un país más centralizado, con menos contrapesos y con un poder Ejecutivo que ha confundido triunfo electoral con carta blanca para reconfigurar a su antojo el equilibrio institucional.
La economía que no llega
Otro de los demonios que ronda a la 4T es la economía. A pesar de los informes optimistas, la realidad en las calles es otra. El costo de vida continúa en ascenso y el poder adquisitivo sigue erosionándose. Las familias sienten el golpe antes que cualquier análisis macroeconómico. El “cambio verdadero” prometido simplemente no se refleja en su vida cotidiana.
La marcha, desde esta óptica, no fue una celebración. Fue una defensa preventiva. Un intento de blindarse ante un escenario donde la confianza social ya no es un cheque en blanco.
¿Unidad o fragilidad?
Si el proyecto estuviera tan firme como se insiste, ¿por qué recurrir a una demostración tan costosa y tan desesperada de respaldo? Las administraciones seguras de sí mismas no necesitan llenar plazas; necesitan llenar estómagos, hospitales y escuelas. No necesitan acarreo ni espectáculos de fuerza; necesitan resultados.
El acto masivo exhibe la fragilidad interna de un movimiento que, paradójicamente, llegó al poder prometiendo combatir los excesos que hoy reproduce. La narrativa del cambio se enfrenta a su propio espejo, y lo que refleja no es transformación, sino repetición.
Siete años después
Después de casi una década de proclamada “transformación”, el país sigue con los mismos fantasmas: violencia desbordada, miles de desaparecidos, servicios públicos insuficientes, polarización política y una democracia debilitada. El mito de la renovación se va desvaneciendo, y detrás aparece un modelo de poder que teme perder control.
Los demonios del poder no siempre habitan en la oposición ni en los críticos. A veces se esconden en los pasillos del propio gobierno, en la conciencia de que la realidad se impone a pesar del discurso, y en la sombra de que el respaldo popular se evapora si no se alimenta con resultados reales.
La marcha buscó mostrar fuerza. Lo que dejó al descubierto fue el miedo.
