
Por Bruno Cortés
La presidenta Claudia Sheinbaum rindió cuentas de sus primeros once meses en Palacio Nacional con un mensaje cargado de simbolismo histórico. El hecho de que una mujer encabezara por primera vez un informe presidencial no pasó desapercibido: lo repitió con firmeza, “llegamos todas”, apelando a la lucha colectiva de las mujeres mexicanas. La escena, sin embargo, estuvo acompañada de un guion político conocido: aplaudir la herencia de Andrés Manuel López Obrador y subrayar que la Cuarta Transformación no solo sigue viva, sino que “se profundiza”.
El discurso se detuvo en logros sociales de enorme calado. La reducción de la pobreza de 41.9% en 2018 a 29.5% en 2024 es, sin duda, un dato que amerita reconocimiento. Ningún otro sexenio reciente puede presumir un descenso tan drástico en indicadores de carencia. Sin embargo, conviene recordar que estas cifras provienen del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), y que el último reporte oficial aún está en proceso de actualización. Es decir, los números que Sheinbaum citó, aunque alentadores, siguen dependiendo de mediciones parciales y no reflejan aún los estragos inflacionarios de 2025.
En el terreno económico, la presidenta se jactó de un crecimiento anual de 1.2%, el cual calificó como una sorpresa positiva frente a los “augurios catastróficos” de organismos internacionales. Pero aquí emerge el contraste: el propio Banco de México había ajustado sus pronósticos a la baja en meses previos, advirtiendo riesgos por la desaceleración en Estados Unidos. Que Sheinbaum celebre un modesto 1.2% como victoria revela tanto la precariedad de expectativas como la urgencia de narrar estabilidad en medio de la incertidumbre.
Los anuncios sobre inversión extranjera directa —36 mil millones de dólares en el primer semestre— resultan plausibles y hasta optimistas. No obstante, especialistas advierten que buena parte de ese capital corresponde a reinversión de utilidades ya existentes y no necesariamente a nuevos proyectos productivos. En otras palabras: hay confianza relativa, pero no la explosión de inversión fresca que el gobierno intenta proyectar.
La seguridad fue uno de los puntos donde Sheinbaum se mostró más desafiante. Aseguró que los homicidios dolosos se redujeron en 25% y presumió casos espectaculares como Zacatecas, con una baja de 75%. Pero basta mirar las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública para notar que los promedios nacionales apenas empiezan a estabilizarse, y que la violencia sigue siendo una constante en estados como Michoacán o Guerrero. Si bien la tendencia a la baja es real en ciertos territorios, el triunfalismo contrasta con la percepción ciudadana, donde los relatos de extorsión, desapariciones y feminicidios persisten como heridas abiertas.
El paquete de reformas constitucionales aprobado en este periodo es quizás el mayor triunfo político de Sheinbaum: desde la elección de jueces y ministros hasta la integración de la Guardia Nacional a la Sedena, pasando por la protección de maíces nativos y la creación de órganos técnicos antimonopolio. Sin embargo, la desaparición de organismos autónomos despierta preocupación en sectores académicos y empresariales: ¿se trata de fortalecer la democracia o de concentrar aún más poder en el Ejecutivo?
En materia social, Sheinbaum presume el plan más ambicioso en la historia de México: 850 mil millones de pesos destinados a programas de bienestar, alcanzando a 32 millones de familias. Aquí no cabe duda: el alcance es impresionante, sobre todo con la universalización de becas en secundaria y la ampliación de pensiones. Pero el desafío está en la sostenibilidad. ¿Podrá el erario mantener este ritmo sin poner en riesgo la estabilidad fiscal cuando los ingresos petroleros sigan disminuyendo?
La mandataria también destacó la construcción de 249 mil viviendas y la entrega de 189 mil escrituras en menos de un año. Una política plausible frente al déficit histórico en acceso a vivienda digna. Sin embargo, organizaciones urbanas alertan que buena parte de los proyectos siguen enfrentando rezagos de servicios básicos y problemas de localización, un déjà vu de los fracasos habitacionales del pasado.
En el ámbito cultural y educativo, los avances —como la creación del Bachillerato Nacional y la Universidad Rosario Castellanos— representan un respiro frente a décadas de abandono. La eliminación del examen COMIPEMS en el Valle de México es un cambio disruptivo, aunque no exento de riesgos: si la calidad no se asegura, la promesa de “todas las escuelas son buenas” puede convertirse en un espejismo burocrático.
El tono del informe fue triunfalista, sí, pero también estratégico. Sheinbaum sabe que debe mantener la narrativa de estabilidad y continuidad para evitar grietas internas en su movimiento y blindarse frente a un contexto internacional adverso. Sin embargo, la insistencia en que “vamos bien y vamos a ir mejor” suena a mantra político más que a diagnóstico económico o social.
En suma, el Primer Informe de Claudia Sheinbaum mostró un gobierno con rumbo, avances tangibles en programas sociales y reformas legales de gran calado. Pero también dejó ver un riesgo: el de gobernar más con la estadística acomodada que con la realidad en carne viva de millones de mexicanos. La Transformación avanza, sí, pero lo hace entre la celebración oficial y la desconfianza ciudadana que exige resultados palpables más allá del discurso.